En una entrada anterior con este mismo título me preguntaba de quién era la culpa de que hubiesen tantos casos no éticos en el mundo de las finanzas. Es una vieja cuestión: ¿es una manzana, que corrompe el cesto, o es el cesto el que corrompe las manzanas? La respuesta es importante: la culpa, ¿es de los agentes financieros? ¿O de las entidades financieras? ¿O quizás del sistema? ¿O todos tienen su parte de culpa?
«¡Un momento!», protesta el lector: «la ética es siempre de la persona, porque es la que actúa». Sin duda. Pero la persona no actúa en el vacío, sino en un entorno, y aunque la responsabilidad final sea personal, hemos de considerar también el entorno, sobre todo el que forman otras personas. Por eso, la ética económica o financiera puede ser vista desde tres niveles: la persona que decide, la organización en la que está, y la sociedad en que se mueve.
Empecemos por la persona: ¿por qué un vendedor de productos financieros engaña al cliente, diciéndole, por ejemplo, que el nivel de riesgo del producto es muy bajo, cuando no es verdad, sino que, con una probabilidad no pequeña, el cliente puede arruinarse? Bueno, pensemos cómo toma decisiones una persona. Tiene unas motivaciones: quiere ganar un sueldo, quizás una promoción, quiere pasarlo bien, no tener problemas, divertirse en su trabajo, hacer amigos, sacar adelante su familia, que la empresa no se hunda, quizás también que el cliente se lleve un buen producto… Habitualmente decimos que la moralidad de su acción depende de tres cosas: el objeto, el fin y las circunstancias. El objeto, suponemos, es vender un producto que puede ser útil para el cliente. El fin o intención puede ser, realmente, satisfacer la necesidad del cliente, o engañarle para que compre, o quitarnos de encima un producto que nadie quiere, o ver qué tal nos manejamos a la hora de colocar un producto difícil… en fin, las motivaciones mencionadas antes. Y las circunstancias: el cliente es un excelente conocedor del mundo financiero o es una persona sin cultura económica, está en pleno uso de sus facultades o está hundido en la miseria por un problema familiar, tiene un gran patrimonio o es más pobre que una rata… Y el vendedor tiene ya una larga experiencia y reputación, o está recién llegado y con un contrato basura que puede acabar en despido muy pronto, y tiene que sacar una familia numerosa adelante o es un joven sin especiales deberes próximos…
Hasta aquí, un caso típico de decisión personal. Pero esa persona es un empleado de una institución financiera, en un año no muy bueno para los beneficios de los bancos, en un mercado muy competido, en un entorno financiero y ético determinado. Debemos ampliar nuestro punto de vista. El próximo día.
Si me lo permite D. Antonio, los padres nos dejan herencias maravillosas que no por muy suculentas desde el punto de vista económico, van a resultar mejores que una buena educación forjada en una escuela familiar de valores.
Los míos siempre nos decían cuando hablábamos de estos temas que la ética de una persona se expresa en una frase muy corta y muy sencilla:
– HACER BIEN LAS COSAS CORRECTAS… CUANDO NO NOS VE NADIE…-.
Le aseguro que a día de hoy, esa herencia cuando tenga que cambiar de manos, seguirá siendo bien gestionada.
Es un placer auténtico hablar de estos temas, en una actualidad proclive a la irreflexión y al sálvese el que pueda…
Saludos cordiales.