A menudo, en el mundo de las finanzas, nos preguntamos cuáles son los puntos ciegos: qué es lo que no conocemos. Es frecuente que hablemos de «los desconocidos que conocemos» y los «desconocidos que desconocemos», pero también existen los «desconocidos que nunca podremos conocer». Y aquí está el riesgo sistémico. El problema radica en que tratamos de pensar el mundo financiero (y el económico, y otros muchos mundos) como un conjunto de variables que conocemos, o que podemos conocer, o que podemos conjeturar. Esto nos da seguridad, pero es una seguridad ficticia.
Los desconocidos no conocibles no tienen que ver con las catástrofes naturales, sino con la política, porque hay temas que los políticos no se atreven a afrontar, ni siquiera a mencionar, quizás porque perderían las elecciones, o simplemente porque, si reconocen que un riesgo es posible, están provocando que la gente huya de ese riesgo… y el riesgo se convierta en una realidad. Por eso, cuando el precio de un activo se dispara, los políticos (incluyendo el banco central) hacen como si no existiese, porque temen que, el simple hecho de decir que esa burbuja existe, pueda provocar su estallido.
El mundo financiero no es mecánico, ni orgánico, mundos en los que podemos enunciar leyes más o menos precisas y soluciones más o menos factibles. En las finanzas hay muchas interacciones, y es difícil preverlas todas y protegerse de todas. Hay muchos accidentes menores, previsibles y fácilmente defendibles, pero hay también accidentes graves, poco probables, muy infrecuentes, pero que pueden hundir la economía. Y no hay nadie que esté «fuera» del mundo financiero: ni el gobierno, por supuesto, ni el supervisor, ni el regulador: ellos forman parte de la incertidumbre misma, y sus acciones provocan reacciones en otros que no se pueden prever de antemano.
Moraleja: bien por los esfuerzos del Banco de Pagos Internacionales, de los reguladores, de los bancos centrales y de los gobiernos para tratar de identificar los riesgos, medirlos, controlarlos, preverlos, evitarlos y minimizarlos. Pero sabiendo, en todo caso, que todo esto no será suficiente. Al final, la prudencia es una actitud de las personas que no se puede externalizar a otros ámbitos ni se puede controlar mediante procedimientos conocidos.
Muy buena conclusión. Y cuánta prudencia falta en la sociedad que haría que todo fuese mejor…
Buen punto (aunque no ciego) profesor. Acertado aunque falta precisar algo. Es que las decisiones, por ser racionales son jerárquicas en dos niveles: el técnico-político y el moral-político. El primero se subordina al segundo, o por lo menos, debería. Por eso yo siempre digo que hay dos vocaciones: la profesional y la moral (en realidad son tres porque la personal-amorosa es superior). El conocimiento es jerárquico y lo moral también. Pero cuando ambos se «propagan» en la realidad físico-material (se debe a la T de Aoki y Yoshikawa, que no saben por qué, pero es así: yo siempre le insisto en que el cálculo de la T es quántico) pasa un tiempo en propagarse y es ahí cuando hay que actuar. La fuente es espiritual (jerárquica) y simultánea, pero la naturaleza no es simultánea (Einstein) y para eso está la estadística contra-variante. La agilidad de la propagación es increíblemente rápida (300 mil Km por segundo) aunque se amortigua por la T.
En resumen: políticamente primero, lo moral y subordinado, lo técnico. Pero numeralizado por las finanzas de modo contra-variante: es una tarea titánica que harán nuestros hijos pensando mucho más allá de lo que hemos hecho nosotros, porque en nuestra época la información financiera viajaba a la velocidad «mecánico-orgánica» y no a la de la luz.
Pero no hay que engañarse, que un computador sea óptico y por eso viaje a la velocidad de la luz, no lo hace quántico. Eso es harina de otro costal. Sigue siendo covariante. Lo quántico es contra-variante, además de estadístico (Boltzmann).