La «desaparición» de la clase media es un alarmante síntoma que muchos países están experimentando, y que tiene que ver con muchos problemas de nuestras sociedades, avanzadas o no. Aquí haré un comentario, al hilo de un libro de un conservador católico inglés, Hilaire Belloc (1870-1953), titulado «The Servile State», que ofrece algunas ideas interesantes.
Belloc parte del hecho de que, con el desarrollo del capitalismo, la distribución de la renta se hace más desigual, cosa que ya se producía hace ahora más de un siglo. Belloc propone tres posibles salidas a este problema. Una: el colectivismo, o sea, la propiedad pública de los medios de producción, la supresión, más o menos completa, de la propiedad privada. Parece una buena solución, pero es inestable: lleva al segundo modelo, el Estado servil: el ciudadano se convierte en esclavo del Estado, porque, al no tener propiedad, carece de posibilidades de resistir frente al poder de los que mandan. El tercero, que es el que le gusta a Belloc, es la sociedad de propietarios: todo el mundo tiene propiedad (su casa, sus muebles, su coche, su capital humano…), lo que le permite mantener su independencia económica y su dignidad. Problema: aquí actúa el mecanismo señalado al principio, la acumulación de la riqueza en manos de unos pocos. Ahora, el ciudadano se convierte en esclavo, no del Estado, sino de los que tienen.
Belloc señalaba cómo colabora el juego político en todo esto: el ciudadano vota a los que le ofrecen seguridad de empleo y sueldo, sea el Estado, sean los ricos. Pero el Estado acaba pidiendo más a los propietarios en los que se concentra la riqueza. El equilibrio es inestable. Belloc volvía a la idea del liberalismo clásico, el papel de la propiedad como clave para mantener la independencia y dignidad de la persona y de la familia, para la seguridad, para la eficiencia y el crecimiento, en un equilibrio difícil, pero necesario. De hecho, hemos visto largos periodos en la historia reciente en que la desigualdad crecía y otros en que volvía a recuperarse; lo primero era políticamente inestable, lo segundo podía volver a la desigualdad o acentuar la ineficiencia.
Belloc, como en su tiempo Chesterton y más tarde Hannah Arendt, entre propiedad y riqueza. Esta es la propiedad considerada como una forma de valor económico, como la trata la teoría financiera reciente; aquella es algo que sostiene a la persona. La riqueza es individualista; la propiedad es comunitarista (que no comunista). Esto nos lleva a distinguir la libertad política de la libertad económica: como recordaron los liberales clásicos, aquella no es posible sin esta. Y esta exige estar libre de depender de otro, no del todo, porque somos humanos, pero sí en buena parte. La libertad, para Belloc, y la dignidad humana se basa en la propiedad, no en la riqueza. El Estado del bienestar es un buen medio para… mantener a los ciudadanos dependientes.
Llegados a este punto, el lector se encontrará perplejo. Si entiendo bien a Belloc, a pesar de la diferencia de años y, por tanto, de mentalidad, me parece que lo quiere decir es que enseñemos a pescar, no que regalemos pescado. O sea, que revisemos nuestro Estado del bienestar, para ver si es compatible con la libertad del ser humano, con su dignidad, con sus derechos y con su autocontrol. Se nos llena la boca cuando decimos que «tengo derecho a mi pensión, a mi vivienda, a mi autonomía…». Pero a lo mejor lo que hemos conseguido es el derecho a que otro nos dé lo que necesitamos. O sea, a ser dependientes, no libres.
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Recuerdo a Juan Antonio dividiendo el gobierno político en: 1) filósofos de lo moral (consistencia), 2) filósofos de la eficiencia (eficiencia) y, 3) filósofos del poder (eficacia). Hoy se divide a los filósofos del poder en legisladores, administradores y electorales. Y ni siquiera son filósofos sino aprendices del movimiento político, que no saben lo que es la contra-varianza (que es de lo más básico, aunque no sea fácil). Las relaciones entre la co-contra varianzas solo se aprenden con la experiencia: son los llamados «expertos». Saludos profesor, por este magnífico refresh.