Leí hace poco un artículo en Nueva Revista, una publicación de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), unos comentarios sobre un libro reciente de Roger Scruton. Y apunté una frase que me hizo pensar. No es literal, pero viene a decir que la sociedad tiene más que ver con la amistad que una causa compartida.
Hoy en día está muy generalizada la concepción de la sociedad como un conjunto de individuos. Punto. Quiere decir que cada uno tiene sus propios objetivos y metas. Pero… están los otros. Entonces hemos de crear un contrato social, por el que decidimos respetarnos unos a otros, pero vivir cada uno su vida, en libertad, teniendo en cuenta que mi libertad acaba cuando choca con la tuya. Hobbes, que es el padre de la criatura, decía que esta era una buena idea: evitaba el conflicto y promovía la cooperación, aunque solo en la medida en que esa colaboración me favorezca a mí. Ahí está el mercado: yo tengo algo que vender, tú quieres comprarlo, nos ponemos de acuerdo e intercambiamos la cosa por el precio, respetando las reglas del juego. Yo gano, tú ganas, y ya está. Como decía Adam Smith, no debemos nuestra cerveza a la buena voluntad del cervecero, sino a su interés (y él no recibe el dinero porque yo soy generoso, sino por mi interés en tener la cosa). Hobbes metía ahí al Estado.
El problema de un tal contrato social es que solo nos mueve nuestro interés. Y esto no es verdad, al menos muchas veces no es verdad. Hace falta algo más: la amistad cívica, que mencionaba Scruton, y que viene de Aristóteles. En aquel contrato social buscamos algo más que nuestro interés: mi colega Juan Antonio Pérez López decía que, además de los motivos extrínasecos (doy el precio porque tú me das la cerveza) hay otros intrínsecos y trascendentes. O sea, me mueve algo más: algo que tú y yo podemos hacer juntos, algo que compartimos, el bien común, que no es la suma de tu interés y el mío, sino el bien que los dos compartimos. Para lograr ese bien hacemos falta los dos, y nos beneficiamos los dos. Cuando me mueve ese bien, mi motivo va más allá de mi interés: es la amistad de que hablaba Scruton. Y esa amistad hace falta, porque sin ella estaremos todo el día contando y midiendo (tú me das menos de lo que yo te doy, esto es injusto, debo protestar…). Y cuando aparece la necesidad del uno, el otro sigue sumando y restando, sin el gesto de hacer algo simplemente porque el otro lo necesita.
En España tenemos una sociedad dividida (bueno, me parece que esto pasa en otros muchos lugares). Un proyecto común sería algo bueno, porque nos ayudaría a trabajar juntos, superando las diferencias. Pero mientras sigamos contando y pesando mis beneficios y los tuyos, la cooperación será precaria. Me parece bien que tengamos un propósito compartido, porque este puede conducir a la amistad cívica: a fuerza de cooperar contigo un día y otro, al final me caerás bien, te resultaré simpático, nos acercaremos… habremos empezado la amistad. ¡Bien por Scruton!
Un proyecto común funcionaría cuando todos los incluidos en él ganarían en él más que fuera de él. Tenemos muchas ideas, pero poco valor para hacerlas realidad.
Esto pasa en todas las sociedades, somos muy divididas y por eso no progresamos, deberíamos pensar más en el beneficio que tenemos al ayudar a otras personas así todo sería mejor. buen artículo, gracias
Lo leo siempre desde Colombia Profesor, debemos ser una sola sociedad, no dividida como hasta hora, para ello hay que estudiar y mejorar nuestro conocimentos en el SENA SOFIA PLUS
Con gran interés, le envío un cordial saludo desde Lima. E insisto en que el problema es que no se sabe medir correctamente. Para empezar (marketeando mi libro de La Constante) las medidas no son «puras»: metros, gramos, soles, euros, etc. Eso es un engaño. Las medidas básicas de las que salen todas las demás son del tipo costo-tiempo: por ejemplo euros-segundos, es decir la multiplicación del gasto (o precio) por el tiempo que corresponda a ese evento. A partir de aquí se derivan las variables costo (ingreso) y tiempo, con su debida coherencia covariante o contravariante, según corresponda. Ayer fue la toma de posesión de Mons. Carlos Castillo como nuevo Arzobispo de Lima, en reemplazo de Juan Luis Cardenal Cipriani. Habló de gastar las zuelas y/o pedalear mucho.