Escribía en una entrada anterior las reacciones que ha tenido la serie Chernobyl de HBO, alrededor del tema de la verdad y su no reconocimiento: la resistencia a reconocer la verdad, a pesar de que, como dice el Evangelio, «la verdad os hará libres»: no podemos ser libres si vivimos en la mentira. Claro que, partiendo de la mentira, haremos lo que nos dé la gana, pero eso no es ser libres, a no ser que seamos capaces de doblegar la verdad para que sea lo que nosotros queremos. Y eso lo podemos conseguir, a veces, pero la explosión de la central nuclear y sus terribles consecuencias sugieren que, al final, la verdad aparece por donde menos se espera.
Hay otra cosa que he encontrado en los comentarios recientes que he leído sobre la serie mencionada: el tema del miedo. Manuel Arias Maldonado publicaba en Revista de libros un comentario que empezaba contando una anécdota: un académico decía recientemente, a propósito del cambio climático, que si ahora se hubiese descubierto la energía nuclear, se habría presentado como la solución a todos los problemas climáticos y medioambientales. Pero… lástima, porque la energía nuclear apareció ante el mundo en forma de bomba, con miles de muertos. Y ahí arranca el miedo al «átomo asesino». Y lo que ocurrió años después en Fukushima no ha hecho sino renovar aquel miedo.
Arias Maldonado hace notar que el miedo a la tecnología viene de antiguo: es una constante en la historia de la humanidad. Se ha visto como un castigo a nuestro orgullo por querer dominar la naturaleza. Lo alarmante, según esta tesis, no serían los accidentes como los de las centrales nucleares, sino la misma evolución de la sociedad moderna, que lleva en sí misma el germen de la catástrofe, que nos aguarda en cualquier esquina. Es la «sociedad del riesgo» de que habla Ulrich Beck.
Pero el riesgo se puede controlar, dicen los expertos, también los economistas. La respuesta de nuestra sociedad es que el riesgo objetivo no existe: lo que tenemos es la percepción del riesgo, y ya se encargan los medios de comunicación de mantenernos continuamente en una situación de miedo por lo que puede ocurrir. No es posible el cálculo racional: si algo puede ir mal, irá mal.
La respuesta a esto es bien conocida: de acuerdo, el riesgo existe, pero podemos preverlo, lo haremos cada vez mejor, no lo eliminaremos, pero lo reduciremos. Me parece que a muchos de nuestros contemporáneos esto no les tranquiliza. A veces me pregunto: ¿qué hemos hecho de la virtud de la esperanza? ¿Sigue vigente? ¿En qué o en quién esperamos? Si nosotros somos los que estamos al mando de la situación, ¿hay razones para la esperanza?
Gran serie que pretende arrojar un poco de luz a lo que sucedió.
Profesor: en una publicación en los premios Razón Abierta de la Fund. Ratzinger, expongo las medidas que son ineludibles (para los avances contemporáneos) al medir los riesgos de la ecología natural: Ecología Cuantitativa, Fundamentos Antropológicos (una versión anterior se llama La Constante Universal de la Ecología (no Economía, ese es otro libro). No es mi deseo «marketearme» porque lo cierto es que los fundamentos son polianos. Como decía el profesor Polo: «nadie sabe para quien trabaja»