Leí hace tiempo la noticia de que en India estaban planeando hacer obligatoria la Responsabilidad Social de las Empresas (RSE). No sé si se llevó a la práctica, ni su contenido y alcance. No es el único intento, claro. Y seguirán habiéndolos. Pero me parece un error.
Porque lo que interesa en la RSE obligatoria es el resultado: las empresas van a hacer cosas que debería hacer el Estado, o la sociedad. Es bueno que alguien las haga, claro. Pero me recuerda el chiste de aquel al que la policía sorprendió robando en un banco y, al preguntarle por qué lo hacía, contestó: Es que ahí es donde está el dinero. La RSE obligatoria es algo parecido: como las empresas tienen dinero, que se hagan cargo de lo que no son capaces de hacer otros, especialmente el Estado. Lo que equivale a poner un impuesto a las empresas, para financiar determinadas actividades, sea en el ámbito laboral, en el medioambiental, en el social o en el comunitario. Y ya se sabe que los impuestos tienen costes no despreciables, en términos de pérdida de eficiencia, de desviación de recursos, de cambios en la demanda, etc. Aparte de que, como bien es sabido, el que paga el impuesto no es el que finalmente lo sufre. De modo que, si la RSE se convierte en obligatoria, veremos mayores precios de determinados productos, o menor empleo, u otras distorsiones.
Lo malo de la RSE obligatoria es que se convierte en una obligación. Y cuando a uno le imponen una obligación, si esta no le parece razonable, trata de quitársela de encima. De modo que veremos más greenwashing, o más «fingir que se cumple»… Y luego, el argumento de que «yo ya hago lo que debo», de modo que… no me pidan que haga más cosas.
Eso no quiere decir, claro, que no haya responsabilidades que deban ser obligatorias. Uno no puede tirar al río los desechos de su fábrica, ni pagar a sus empleados por debajo de los salarios de convenio, ni fabricar productos que causen daños a los consumidores y usuarios. Y el cumplimiento de esos mandatos forma parte de la RSE, aunque sean obligatorios. Lo que no parece correcto es convertir cualquier demanda social, o cualquier carencia en el Estado, en una obligación para las empresas. Y lo que digo para las empresas vale también para todos los ciudadanos.
Y aún hay otra razón más: si hago lo que me obligan a hacer no como un deber, sino como una carga, no mejoro como persona, o mejoro menos de lo que podría mejorar. La RSE voluntaria puede ser un medio de transformación de las personas, en este caso de los directivos y empleados.
Debería ser obligatorio sobre todo para las empresas que producen desechos que llegan al medio ambiente, no sólo una multa como en la actualidad, sino un impuesto que cubra de sobra la recuperación del daño que causan.
De la misma forma aplicaría éste impuesto a las empresas que generan plásticos de un sólo uso, ya que el descontrol que existe sobre éste tema no es que sea preocupante, es que personalmente creo que es irreversible a dia de hoy y los consumidores nos hemos acostumbrado al uso másivo de éste tipo de plásticos y como lo que manda es el dinero, sólo puede existir una solución, y es la penalización a las empresas que fabrican, manipulan y provocan desechos que afetan al medio ambiente.
De todas formas, España tiene un largo camino en ésta materia, pero la India,…. creo que por mucho que intenten hacer allí, lo tienen mucho más difícil, tanta sobrepoblación, cultura que quema a sus muertos en el mar y las condiciones de pobreza en un porcentaje muy alto de la sociedad,…. no se yo, pero me parece a mí que por mucho que intenten arreglar o implementar en India, va a ser caso perdido.
Muy acertada esta entrada Antonio. Y parece que los tiempos van a tender a ir precisamente en esa dirección, el continuado sobrecargo a la iniciativa privada en favor de lo público. Un buen ejemplo son las diferencias entre un conductor de autobús privado o público.
Como decía el profesor Polo, respecto a las confusiones de medios y fines, me gustó esta nota que parece de un economista empresarial. Es de su libro Curso de Ética, que no es el de Ética más conocido, cuando habla de la Ética sólo de bienes: «En el ejemplo de la tortura hay que señalar que es contrario a las funciones de los medios policíacos suprimir el criterio ético, porque en ese momento la función propia de un medio policíaco puede emplearse mal, ya que puede volverse contra inocentes, es decir, puede hacerse despótica respecto de todo el cuerpo social. No se nota de momento, pues parece un bien por el fin, y sólo por el fin, pero no se considera si el medio es bueno.
El fin se consigue en tanto que hay medios buenos para ello, pero no de modo desconsiderado, porque si eso se acepta, la conciencia, que es el juicio inmediato sobre la licitud del medio, se apaga. Si se aplica el mismo criterio en todos los campos de la sociedad, la ética se viene abajo, porque se abusará del poder. Si el abuso de poder se ha aceptado en un caso, se acepta en otro, salvo que se incurra en fariseísmo, y entonces ¿por qué razón se cede en este campo y no en otro? ¿Por qué no las drogas para conseguir dinero? Pero ¿es que la tortura no es un medio malo? Aunque se diga que es distinto, no lo es. En todos estos casos hay supervaloraciones del medio respecto del fin.
También puede darse supervaloración del fin. Así ocurrió, por ejemplo, en la Inquisición. Se tenía un vivo sentido de que hay que velar por la salud de las almas. Pero aceptar un régimen inquisitorial es armar un lío, porque entonces establecemos la sospecha como principio. Hay que vigilar a todo el mundo, no vaya a ser que estropee la conciencia religiosa. Cuanto más alto es el fin del empleo de medios que no pueden emplearse, es mayor el mal. He aquí una vieja idea que pensé aproximadamente cuando tenía 20 años, aunque podría desarrollarse más: cuántas veces le sale al hombre lo contrario de lo que se propone precisamente porque se encuentra con una legalidad que no es técnica: los medios tienen que ver con normas; ahí hay una legalidad que, si no se respeta, sale lo contrario. Casi podría darse como cosa segura que el hombre cae en la incoherencia cuando no respeta la legalidad, la relación medio-bien. Del mal no puede sacarse bien, porque se estropea el bien».
Soy cuantitativo y ponerse en casos extremos me parece prudente, algunas veces, para entender mejor hasta dónde se puede llegar.