El título, «La estupidez colectiva», me lo sugiere un artículo de Daniel Innerarity (a quien ya he citado en otras ocasiones) en El País de hace unos meses (aquí), y tiene que ver con el que publiqué hace unos días (aquí), porque trata de responder a algo que no quedaba claro en mi entrada: hemos de tener confianza en la gente, pero… ¿qué pasa cuando nos equivocamos como colectivo?
Innerarity dice que no es (solo) culpa de los políticos. Que no hay un plan para perjudicarnos, una confabulación de gente mala que quiere robarnos, fastidiarnos, echar a perder nuestras vidas. Dice que es más bien un caso de chapuza; probablemente, el efecto de la repetición de muchas pequeñas decisiones personales mal tomadas, que van crean un entorno en el que cada vez es más difícil tomar las decisiones correctas. Por ejemplo en la crisis: yo compro una casa cara con una hipoteca barata que grava mucho mi economía familiar; tú haces lo mismo, y el otro, y el banco me presta a mí, y a ti, y al otro, y va acumulando deudas que serán incobrables. Y así con otras muchas cosas.
Innerarity dice que el problema está en que, en nuestras decisiones, actuamos a menudo pensando solo en nosotros y en el corto plazo. ¿Puedo pagar yo mi hipoteca este año? ¿Sí? Pues compro la casa. Y no me hago dos preguntas importantes: ¿qué impacto tendrá esto en los demás? Y, ¿qué me pasará dentro de unos años? Y esto me obliga a pensar en el futuro y en lo que están haciendo otros.
El problema está en que actuamos solo a corto plazo y nos falta una idea, aunque sea muy imprecisa, de las relaciones con los demás. Nuestro horizonte es cortoplacista, porque solo buscamos la gratificación a corto plazo. Y cuando muchos actuamos de la misma manera, vamos creando problemas, todos quizás pequeños y solubles, pero que van adquiriendo tamaño y peso, hasta hacerse de difícil solución. «No hay inteligencia colectiva si las sociedades no aciertan a anticipar el resultado agregado de sus decisiones en una perspectiva de medio y largo plazo, es decir, a gobernar razonablemente su futuro«, dice Innerarity. Claro.
Moraleja: cuando tomemos una decisión, pensemos: ¿me conviene, no ya hoy, sino de cara al futuro? ¿Qué impacto tendrá en los demás, en mi familia, amigos, compañeros, vecinos…? Y, ¿cómo pueden impactar en mí las decisiones que veo que ellos están tomando, o que pueden tomar en el futuro? Por eso, acaba diciendo, «deberíamos dedicar menos energía a combatir a los enemigos externos y más a nuestra propia irracionalidad».
Interesante reflexión final, al fin y al cabo nuestro peor enemigo somos nosotros mismos. Aun así, los enemigos externos en algunas ocasiones le ponen demasiado empeño a que nos olvidemos de esta premisa
Como diría nuestro mutuo amigo Leonardo Polo, la estupidez está en aplicar lo general a lo particular, que es lo que hacían los modernos. La posmodernidad racional emite juicios particulares. Por ejemplo, todos tenemos un ADN que asimila por decir algo C, N, H y O (carbono, nitrógeno, hidrógeno y oxígeno) pero cada uno recambia los elementos suyos ya inservibles (ni siquiera sabemos por qué es así) de modo distinto. Como explico en mi libro de ecología (ver IEFLP) las empresas tienen un ADN a su modo que efectúa esos recambios también a su modo. El modo en que se sincronizan los recambios con la producción social hace que el costo se diluya (del C se va diluyendo en función del costo y su ciclo de agotamiento en el primer ejemplo) y eso depende del buen o mal uso que se le dé, que se puede calcular como se calcula la densidad del aire en función de la altura que lo diluye. Lo bueno es que el aire no es tonto como los modernos, por decirlo de algún modo. Hay que saber asimilar y derrochar. Saludos desde Lima 2019