No lo digo yo, eso de que «la vida me engañó». Lo dice María Marta Preziosa (aquí), a quien ya he traído otras veces a este blog, porque me gusta cómo piensa, aunque a veces su nivel filosófico supera la comprensión de un pobre economista.
«La discusión sobre ética no tiene como objetivo lograr que los otros hagan lo que tienen que hacer y solucionar el mundo. El objetivo es reflexionar sobre la propia toma de decisiones y sus condicionamientos. ¿Y esta reflexión para qué sirve? Para tomar mejores decisiones, elecciones más libres, más auténticas, más humanas donde el otro sea considerado tan valioso como yo lo soy».
Me recuerda a mi colega Juan Antonio Pérez López, a quien he recordado ya muchas veces. Cuando tomo una decisión, aprendo. Si digo la verdad, aprendo a decir la verdad; si miento, aprendo a mentir. Un personaje de «Un hombre para la eternidad», la obra de teatro (y película) sobre la vida de Santo Tomás Moro, que estaba fuera de la sala donde se juzgaba a este por alta traición, habla con el testigo falso que acaba de salir, y le pregunta algo así como ¿cómo te encuentras? El otro le responde que ya puede imaginárselo: acaba de mandar a Moro al cadalso. Y el otro le contesta algo así como «no te preocupes: la próxima vez será más fácil».
Por eso, la ética no es, en primer lugar, sobre lo que los demás deben hacer, sino sobre lo que yo debo hacer, decir, pensar o no hacer, no decir o no pensar. Preziosa da sus tres definiciones personales de ética, al final de su breve artículo. Me gusta más la tercera: «la ética es el modo en que uno elige vivir la diferencia entre el bien y el mal. Es decir, la ética es mi identidad construida sobre esa diferencia».
¡Qué diferente es esa ética, la de la primera persona, yo, de la ética de la tercera persona, los demás!
Polo decía: «No considerar la decisión irrevocable es no considerarla amable, no considerar que el medio tiene valor. El acto de la libertad de elección es la decisión; al decidir tengo un acto pleno y ya no puedo decidir más. Pero no por eso dejo de ser libre. Yo sólo puedo querer una cosa como fin, pero no como medio; el medio es particular, y esto es lo que diferencia la filosofía práctica de la especulativa. ¿Puede quererse lo general? Sí, pero no en general, porque entonces no se puede decidir. No se puede querer más que el bien en particular; los bienes en abstracto no son susceptibles de ser queridos. La voluntad no puede dirigirse a lo general, sino a lo particular…» en su libro Curso de Ética. Que se corresponde a su descubrimiento de que la voluntad no es sólo querer, sino querer querer-más. Es decir, siempre ir a más porque se puede. Lo bueno, también lo decía Polo, es que si nos equivocamos deseando y haciendo algo mal, eso no puede realizarse porque no tiene fundamento (AT2)