Sigo con el tema de dos entradas anteriores, la ética de las tecnologías digitales, ahora para hacer algunas aclaraciones.
La superioridad técnica de las tecnologías digitales radica principalmente en su capacidad cognitiva, muy superior a la de cualquier humano. Pero las máquinas tienen también limitaciones cuando se comparan con la inteligencia humana, con la que no pueden competir, por ejemplo, en conocimiento tácito, y sentido común y en las reservas de conocimientos que los humanos ejercitamos rutinariamente en nuestras operaciones diarias. Un ordenador no sabe ‘qué’ es un cáncer, aunque sea capaz de identificar la presencia tejidos enfermos con determinadas señales; y, si ‘dice’ una mentira, no sabe que dice una mentira, ni qué implica para una persona decir una mentira. Los algoritmos pueden encontrar la mejor alternativa en condiciones preestablecidas, pero no ante juicios en los que está en juego la humanidad de la persona, como los que se pueden presentar en la conducción de un automóvil autónomo. También la fantástica capacidad de memoria de las tecnologías digitales se enfrenta con problemas cuando la comparamos con la pobre memoria humana que, sin embargo, es, de hecho, un gran mecanismo de filtración y organización de la información, que nos permite recordar lo importante, olvidar lo insignificante, reconstruir el pasado a la luz del presente y dar a cada dato el valor que merece, mientras que las memorias digitales recuerdan todo, pero sin reinterpretarlo ni valorarlo.
Los seres humanos tenemos también consciencia social: somos sintientes, conocemos el bienestar y el sufrimiento, y por ello somos capaces de empatía con los que sufren. Somos también agentes morales, que entendemos las consecuencias que nuestras acciones pueden tener sobre nosotros y sobre otros y somos capaces de comprender que una regla puede tener excepciones, porque la regla no considera todas las dimensiones relevantes de cada decisión en cada momento. Los algoritmos no son sintientes ni morales; no conocen el dolor, el placer, el remordimiento o la empatía; no tienen valores ni son capaces de hacer una excepción a la regla. No pueden reflexionar sobre el tipo de vida que quieren llevar, o el tipo de sociedad en que quieren vivir, y actuar en consecuencia.
¿A dónde nos lleva todo esto? A algo que parece obvio pero que, leyendo a muchos «expertos» sobre el tema, no lo parece tanto: la ética se aplica a las personas, no a los programas, algoritmos, robots, softwares o hardwares. O si se aplica a estos es para recordar a los humanos que diseñan, producen, venden o usan esos productos de que hay una dimensión ética detrás de todos ellos.
Por ética digital podemos entender: 1) la ética que los humanos deben observar cuando actúan como diseñadores, productores o distribuidores de tecnologías digitales; 2) la ética que se incorpora a esas tecnologías en su diseño y funcionamiento, y 3) la que se pone en ejercicio cuando los humanos tratan con máquinas. En definitiva, son tres maneras de identificar y distribuir las responsabilidades y regular las relaciones entre personas y agentes artificiales.
Seguiremos otro día.
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La técnica es sincrónica. La ética es correctiva. Se debe usar la tecnología para sincronizar nuestras acciones físicas. A cambio, lo que nunca podrán realizar las máquinas es superar la velocidad de la luz. Una cacatúa aprende a fuerza de premios y se sincroniza con el equipo que utiliza, pero no puede decidir. Sus neuronas se van adaptando al sincronismo que se le impone con persuasión por el entrenador y al final, no decide sino que responde según una respuesta programada (como la máquina) e incluso puede variarla conforme a una respuesta que sabe oportuna parecida a la IA. Pero decidir es el final de un proceso deliberante, físico (el proceso) porque es neuronal, pero todo cambia en un instante. Ese instante no puede ser físico. Lo que es físico es la ejecución. La máquina sigue una secuencia sincrónica con el entorno. La decisión humana no depende del entorno. El propio proceso deliberativo va decidiéndose sin seguir una secuencia necesariamente sincrónica sino fruto de muchas decisiones extra-luminosas: instantáneas. Eso no puede existir en la realidad física. Es inmaterial. Por eso Polo decía que la prueba de la inmaterialidad de nuestro espíritu es la libertad