Releyendo mis tres entradas anteriores sobre «La ética y las tecnologías digitales», me he dado cuenta de que podía resultar demasiado aburrida para algunos lectores. De modo que he decidido introducir algunas cuñas sobre un tema de actualidad; volveré sobre las tecnologías digitales dentro de unos días. Pero ahora quiero hablar de otro tema, utilizando algunas ideas de un artículo titulado «Un nuevo propósito para las empresas» publiqué hace unos días en Aceprensa (aquí).
«Todos y cada uno de nuestros stakeholders (en español los llamaríamos ‘los que comparten intereses con nosotros’) son esenciales. Nos comprometemos a crear valor para todos, para el éxito futuro de nuestras empresas, nuestras comunidades y nuestro país”. El lector pensará que esta es una declaración de buenas intenciones que, bueno, ya veremos en qué queda… Pero con esas palabras el pasado 19 de agosto la Business Roundtable ocupó los titulares de los medios de comunicación, en Estados Unidos y en todo el mundo, con la noticia de que había reformulado su “Declaración sobre el Propósito de la Empresa”.
La Business Roundtable es una entidad sin ánimo de lucro creada en 1972, que agrupa a cerca de 200 presidentes y directores generales de grandes empresas norteamericanas, la flor y nata del mundo de los negocios. Periódicamente hace una declaración de cómo ven sus socios el objetivo de sus empresas. Desde hace décadas, esas declaraciones giraban alrededor de la idea de que lo que deben hacer los directivos es trabajar para sus accionistas, maximizando el beneficio.
Esto no era una manifestación de egoísmo, sino reflejo de una tesis muy arraigada entre los economistas, y que ya he explicado otras veces en este blog: bajo ciertas condiciones, si las empresas maximizan sus beneficios el resultado será un óptimo social en términos de generación de rentas, creación de empleo, crecimiento, innovación y prosperidad para todos. El problema es que esas condiciones no suelen cumplirse: la competencia en los mercados es incompleta, lo mismo que la información; hay efectos externos negativos, como la contaminación; hay bienes públicos que los mercados no proporcionan…
De modo que la Business Roundtable se puso a reflexionar. La sociedad, se dijeron, está cambiando rápidamente; hay mucho empleo precario, y los trabajadores no siempre obtienen lo que esperan de sus puestos de trabajo; las necesidades de las comunidades locales en que se mueven las empresas quedan frecuentemente desatendidas por las autoridades; los proveedores, a menudo pequeños y radicados en países emergentes, no son siempre bien tratados; los clientes no sienten lealtad para con la empresa…
Y aquellos altos directivos decidieron que debían cambiar su actitud. Bien está procurar que los accionistas reciban una remuneración adecuada por el riesgo de sus negocios, pero, se dijeron, debemos hacer más: debemos “crear valor para nuestros clientes, invertir en nuestros empleados, tratar con justicia a nuestros proveedores, sostener a nuestras comunidades y generar valor a largo plazo para nuestros accionistas”.
Esto es lo que llamó la atención de los medios de comunicación: las empresas, decían, están cambiando su manera de entender lo que suele llamarse su propósito u objetivo. Ya no es solo el beneficio, sino también el bienestar de aquellos stakeholders. Y dirigir exige poner los recursos a trabajar no solo para los accionistas, sino para todos esos ‘interesados’. ¿Asistimos a una revolución? Me parece que no, pero de algún modo sí que lo es.
Gracias por el artículo, me servirá mucho para mi empresa.
Estimado Antonio, es importante saber que las empresan tienen un «proposito», como razón principal y deseable que ese «proposito» sea bueno para las personas, el medioambiente y las generaciones futuras. Sin embardo es fácil comprobar que no es así. El proposito princial y me atravería a decir que el único para alguna empresas es el «dinero», contra más mejor, ya que no medimos a las empresas por bien que realizan, la satisfacción de sus empleado, sus adaptación a la sostenibibildiad, su compromiso local…, todo ello impide la puesta en marcha de buenos própositos; el desarro rual, la reducción del riesgo de desastres, … Saludos cordiales.
La propuesta suya y del colega Vives son estupendas, profesor. Como también he propuesto en mis publicaciones, el secreto radica en la entropía que, gracias a Dios, es una medida absoluta en todas sus aplicaciones, desde Aristóteles que posee el copyright. Gracias a la bajísima entropía del sol, podemos vivir. Recibimos algo así como 15 de luz solar, y devolvemos como 75 al entorno (las unidades de medida están en mi libro o en los libros especializados de física y biología). Dada la alta contaminación, ese número viene aumentando hasta 900 dependiendo del grado de abuso. Pero es algo absoluto. Si nos regimos por ganar más dinero, sin importar la entropía, no habrá regreso posible cuando la reversión llegue a más de 75. Ni los anaeróbicos podrán regenerarse. El modo de «medir» la autodestrucción de la economía tiene que ser a través de co-contra-relaciones. Como siempre, insisto en que esa medición pasa por la de contraponer los sueldos directivos a sus capacidades (como directivos) para equilibrar costos, y eso también pre-supone el patrimonial, que al crecer en exceso, debilita la capacidad neguentrópica, que así se llama al hecho de saber dirigir.
Tambien se puede ver mi extenso articulo sobre el tema, publicado el 8 de septiembre en
http://www.cumpetere.blogspot.com