La empresa es una comunidad de personas. Esto parece ser verdad en una empresa pequeña, en la que todos se conocen, conviven, charlan, se entienden (o no, pero, a pesar de ello, siguen trabajando juntos). Pero, ¿pasa lo mismo en una gran empresa, con plantas en varios países y una gran diversidad cultural? Mi respuesta es: redefinamos la empresa: ahora es una comunidad de comunidades de personas. No hemos resuelto el problema, pero, al menos, ahora tenemos un marco conceptual para entendernos mejor. Al menos, ahora tenemos dos niveles para trabajar: el de la comunidad de comunidades, y el de cada comunidad concreta.
En uno y otro caso, la figura del mando intermedio es clave. Lo primero que nos viene a la mente es el que dirige un equipo compuesto por un puñado de trabajadores: por ejemplo, esos que las empresas de servicios envían a las calles de nuestras ciudades para resolver una emergencia: un escape de agua, una interrupción del suministro eléctrico, una fuga de gas… Y reconocemos inmediatamente la figura del capataz: el que distribuye el trabajo, planifica la actuación, resuelve los problemas que se van presentando, sabe meter prisa a sus empleados… o tranquilizarles, según las circunstancias… Pero hay otros muchos niveles de mandos intermedios, en todo tipo de empresas. A todos ellos me quiero referir ahora.
También desde el punto de vista de la ética en la empresa es clave la figura del directivo intermedio: alguien lo definió como «la primera línea de defensa». Cuando un empleado se encuentra con un problema técnico, si tiene recursos propios, lo resolverá directamente; si no, mirará a su jefe como preguntándole… ¿qué hacemos ahora? Otras veces, no se lo pregunta, pero el mando intermedio se da cuenta de que pasa algo, e interviene.
Pues con los problemas éticos pasa lo mismo. Ante la queja de un cliente, ante la oportunidad de hacer una chapuza para salir del paso, ante la oportunidad de perseguir un objetivo personal frente al interés de la empresa, el directivo más próximo es el que recibirá la pregunta, o el que tendrá que inferir que aquí hay un problema. Si él no se da cuenta, o no sabe resolverlo, el problema seguirá ahí, latente y preparado para explotar. O tendrá que pasar al escalón siguiente, que, al menos, no podrá tener en cuenta la inmediatez de las circunstancias.
De ahí la importancia de que los mandos intermedios adopten actitudes proactivas ante los problemas éticos. Pero de esto hablaremos otro día.
Estimado Antonio, un tema muy interesante. Creo que en el buen funcionamiento de una empresa el mando intermedio ha tenido un protagonismo destacado. Ahora nos encontramos en el inicio de una revolución tecnológica sin precedentes con una gran incidencia en la organización del trabajo, que nos lleva a un plateamiento nuevo de los perfiles y funciones del mando intermedio.
Saludos.