Me gustaron algunas ideas de la psicoterapeuta Esther Perel en el Financial Times (aquí). La primera es la que he intentado reflejar en el título de esta entrada: cuando la persona se presenta en su puesto de trabajo, lleva «puesto» todo lo que «es»: su inteligencia, su memoria, su historia, sus sentimientos, sus preocupaciones, su visión del mundo y del lugar que ocupa en el mundo, lo que espera de los demás… No deja nada de eso en casa, a diferencia de las cosas que «tiene». Por tanto, «espera» mucho más que un puesto de trabajo y un salario.
Esto tiene varias consecuencias. Nuestras «necesidades» en el puesto de trabajo son muchas: esperamos que nos traten bien, hacer amigos (a veces no, pero es cuestión de tiempo), encontrar sentido a nuestra vida… Con terminología que he usado otras veces, nos movemos por motivos extrínsecos (dinero, palmaditas en la espalda), intrínsecos (aprender, pasarlo bien, encontrar sentido a lo que hacemos) y trascendentes (servicio, socialidad).
Perel saca otra consecuencia de esa idea: el trabajo, o mejor, todo lo que hacemos, es una contribución a nuestra identidad: ¿quién soy yo? En buena medida, me lo «dirán» los demás en sus relaciones conmigo. Y esto tiene otra consecuencia: si la identidad nos preocupa, querremos dar la mejor versión de nosotros mismos. Y esto es muy «demanding», muy eixgente, como dicen los anglosajones. Por eso necesitamos un ambiente agradable a nuestro alrededor, al menos de buen compañerismo y, si es posible, de verdadera amistad. Porque entonces no necesitamos con tanta urgencia «demostrar lo que somos».
Otra idea: en nuestra sociedad actual «pedimos» a nuestra pareja o a nuestro puesto de trabajo lo que antes nos daba una familia extensa, el barrio, los amigos con los que jugábamos en la calle… Teníamos a nuestro alrededor una comunidad, que nos restaba libertad, pero que nos formaba; ahora tenemos la libertad, pero estamos más solos.
La moraleja que saco de todo esto es que hemos de mirar de otra manera el puesto de trabajo y las relaciones laborales, que se salen del marco jurídico, organizativo, para entrar en el relacional y ético. Por eso, en la empresa hay que pensar a menudo: ¿qué «quieren» mis empleados -no lo que dicen que quieren, sino lo que de verdad «quieren»? No podemos darles nosotros el sentido de lo que hacen y la identidad que tratan de encontrar, pero debemos darles un ambiente en que puedan encontrarlo ellos, con sus compañeros, porque la empresa es una comunidad de personas con un propósito común, como ya he dicho otras veces.
Buen articulo.
Debería poder separar el trabajo y el espacio personal.
Gracias.
Muy interesantes reflexiones, me ha gusto mucho leerlo.
Yo creo que eso viene en parte por el miedo al rechazo. Cada vez más inseguros, cada vez más sedientos de aceptación social. Eso se refleja tanto en las relaciones laborales como personales. Es muy difícil desde el punto de vista empresarial hacer que los trabajadores pierdan parte del miedo y se expresen como deberían hacerlo. Las áreas de RRHH de las empresas tienen un gran trabajo de aquí en adelante, ya que opino que el presente y el futuro está hecho para aquellas corporaciones que trabajan cuál conglomerado sólido. Saludos Maestro
Lo que pasa profesor, es que hay varios niveles de vocación personales. Polo y Juan Antonio mencionan tres reconocidos: corporal-material (eficacia), inmanente-profesional (eficiencia) y moral-perfeccionador (consistencia). Lo que no obsta para que hayan más: personal, sobrenatural, etc. Esto lo digo en mi libro repetidamente gracias al concepto de entropía poliana o cibernética