Me parece un poco arrogante presentarme como «defensor» de la economía. Iba a decir que la economía no necesita que nadie la defienda, pero… me temo que hace falta mi contribución, y la de otros muchos. No sé si podemos hablar de una «crisis» de la ciencia económica, pero el hecho es que tiene mala prensa. A veces, con razón, por errores de los economistas, y otras veces por falta de comprensión de lo que la economía es y de para qué sirve.
Empezaré un dicho muy conocido: el camino al infierno está empedrado con buenas intenciones. Que, aplicado a las cuestiones económicas, quiere decir: una política bien intencionada no tiene por qué ser correcta. Y estoy pensando en medidas como la subida del salario mínimo para solucionar problemas de pobreza, o de un impuesto sobre los ricos para repartir mejor la riqueza. Podemos dar por supuesta la buena intención del legislador o del gobernante, pero esto no es todo.
La economía sirve para descubrir consecuencias que no se ven, al menos no se ven a corto plazo. En la vida real hay muchas consecuencias indirectas, que no siempre se ven. Por ejemplo, en un momento de crecimiento de la demanda, un aumento del salario mínimo puede no tener un impacto relevante sobre el empleo total, pero puede tener efectos importantes sobre colectivos concretos, como los jóvenes poco cualificados que buscan su primer empleo, o los poco cualificados que han perdido su puesto de trabajo: para unos y otros, el salario mínimo mayor puede ser una barrera difícil de salvar. No siempre, claro: por eso se piensa que «esta vez será diferente de otras veces». O no lo será.
Otro ejemplo es el de los que tienen intereses concretos en una medida. A menudo leemos en la prensa que «el sector tal espera un aumento del empleo de no-sé-cuántos miles de trabajadores» gracias a una medida concreta. Lo que no dicen es cuál será el efecto, sobre el empleo o sobre otras variables, de los costes de esa medida en los que tienen que pagarla. Lo relevante es el impacto de una medida sobre el conjunto de la economía, no el primer impacto directo sobre unos cuantos.
He puesto dos ejemplos de una principio general en economía, que es que hay que tener en cuenta todos los impactos de una medida, no solo los que son a corto plazo, o sobre algún colectivo determinado. Lo que quiero decir es que el punto de vista de la economía debe ser el del equilibrio general, es decir, sobre todas las variables relevantes y en un plazo no demasiado reducido. Es decir, teniendo en cuenta también los costes de las interferencias burocráticas, los controles que aumentan los costes privados de la medida pública, la formación de grupos de interés, los lobis, etc.
Los economistas deberíamos tener en cuenta todo esto. No siempre lo hacemos, porque tenemos también nuestros intereses personales, políticos o profesionales: por ejemplo, un economista al servicio de la administración pública puede considerar que su deber es facilitar la puesta en práctica de las medidas que los políticos desean, sin tener en cuenta esos otros costes, más generales y a plazos más largos.
En realidad la economía es un indicador. No es la culpable de nada. El como se gestionan los bienes y los seres humanos no es cosa de la economía. Si más bien de un propio sistema que basa la gran parte de sus decisiones en función de los indicativos económicos.