Bueno, todas las empresas, incluso las más perversas, sirven para algo bueno: la verdad es la verdad, lo diga Agamenón o su porquero. De modo que, reconozcámoslo, (casi) todas las empresas hacen algo bueno. Y también algo malo, porque son obras humanas y, por mucho que lo disimulen en las memorias de sostenibilidad o de responsabilidad social, también hacen cosas mal hechas.
Todo esto viene a cuento de que hace unos días en el IESE celebramos la ya tradicional entrega de medallas de plata al personal que ha sobrevivido 25 años en la escuela. Al acabar, cada uno de los que recibieron el reconocimiento tuvo la oportunidad de decir unas palabras. Volví a emocionarme, como me pasa cada año. Porque todos recordaban las muchas cosas buenas que habían aprendido de sus compañeros y de sus jefes: la evidencia de que una empresa -también una escuela de dirección- es una comunidad de personas. Y que las personas tenemos tendencia a hacer las cosas bien. No siempre, claro. Pero sí muy a menudo. Y, al cabo de 25 años, la gente se acuerda, sobre todo, de las cosas buenas que ha vivido.
Lo que trnasforma a las personas no es la empresa, sino las personas. Probablemente, ninguno de los que recibieron la medalla había leído la declaración de misión del IESE, ni recibió un cursillo sobre cómo se trata de vivir la responsabilidad social en la escuela. Todos empezaron a relacionarse con personas, y empezaron a recibir. Y a dar. A recibir buen trato, sugerencias para mejorar su trabajo, indicaciones (¿órdenes?) sobre cómo hacer las cosas bien, ayuda para momentos de desánimo… Recibieron mucho. Y dieron, porque enseguida aprendieron que hay que dar para recibir. Nadie habló de su contrato, pero sí de la conciliación trabajo-familia, de las políticas de rotación para que el trabajo no se convierta en algo aburrido…
O sea, las personas cambian a las personas… si la cultura de la empresa lo permite. Mientras aplaudía a los que hablaban, pensé: ¿qué he hecho yo por cada uno de ellos? Poco, muy poco: quizás unas palabras afectuosas, un saludo en un pasillo… Cada uno contribuye. Pero la empresa ofrece también el marco en que esos contactos personales se hacen fecundos: una misión (ahora lo llamamos propósito) que está presente en el día a día, una cultura («aquí las cosas se hacen así») que favorece el trato, fomenta el sentido de responsabilidad, unifica actuaciones…
Decididamente, las empresas pueden ser cosas fabulosas. O no. Pero, en todo caso, la clave está en las personas.
«Lo que transforma a las personas no es la empresa, sino las personas.»
Una frase realmente inspiradora.
Gracias Antonio.
Genial artículo!! Feliz 2020!
Gracias ANTONIO ARGANDOÑA, «Cuando las empresas sirven para algo bueno» pequeño y describe mucho.
Tienes toda la razón y quizás el título y el primer párrafo servirían para resumir este artículo. Hay que cambiar la mentalidad en muchos aspectos para afrontar el futuro, no todas las épocas son iguales y no siempre vale lo mismo.
De nuevo recurro a nuestro mutuo amigo Polo para enfatizar que los que está mal es el método evaluador. El resultado no es lo que importa sino «las relaciones que ocurren en la estructura». Un ejemplo que daba era el del genoma. De nada sirve saber cómo es la estructura del gen porque lo que importa es la dinámica relacional. No se sabe por qué crece así y no asá. Eso no se sabe pero es lo que interesa y, además, varía según cada uno y según su edad y… etc. El propio Espíritu Santo es relación (afirma Sellés, uno de los discípulos de Polo) así que estamos en pañales todavía. Nos falta mucho. Empezamos por ahí. Por darnos cuenta que no es como creemos que es, sino que el Espíritu es el que manda: recomiendo Quién es el Hombre para entenderlo mejor. Feliz 2020 profesor. Aquí estaremos, esperando sus noticias…