Asistí hace unos días a una sesión por video con el profesor Rafael Hurtado, de la Universidad Panamericana de Guadalajara, México, con quien he intercambiado recientemente algunas colaboraciones. El tema eran sus libros recientes, dedicados a la familia y el hogar, pero aquí quiero fijarme en algo que dijo, que me hizo pensar.
Estaba hablando del trabajo en el hogar, y afirmó -no son palabras literales- que en el trabajo no basta lo que se hace -en el ejemplo del hogar hablaba de cocinar o limpiar-, sino para quién se hace -en el hogar, para los suyos, especialmente para los hijos. Y la razón de ese añadido, «para los suyos», es por lo que lleva de «rigor y compromiso irrenunciable», dijo.
Pensé que esto vale para todo trabajo, también para el que hacemos en la empresa. Lo importante no es el resultado, el bien producido o el servicio prestado, sino para quién se hace, con qué rigor y compromiso irrenunciable se hace. Él se refería al ejemplo que dejamos en los hijos, que se convierten en testigos de la actividad de sus padres, y aprenden de ellos. Yo pensaba que en la empresa también hay testigos: unos, de lejos, los clientes; otros, próximos, los compañeros, jefes y subordinados. Y hablando del brillo del trabajo, que es lo que buscamos muchas veces, mencionaba a los que percibirían ese brillo: los hijos que, dijo, te van a aplaudir el resto de sus vidas. Y esto es lo que convierte a la casa en el hogar, «la casa encendida», con fuego dentro, dijo, citando a Hegel.
Se me ocurrió una conclusión rápida, mientras el prof. Hurtado acababa su explicación: todo trabajo lleva el sello de la persona que lo hace (la idea es antigua: se la leí a Juan Pablo II). Por tanto, todo trabajo es distinto: no lo será en su resultado físico, sino en la huella que deja en las personas, también en los que no conocen o no conocerán nunca al que ha llevado a cabo ese trabajo. Y cuando miramos lo que la persona se lleva de la empresa con su trabajo, llegamos a la conclusión de que nadie es intercambiable. Y, del mismo modo, cuando consideramos el impacto que la persona recibe en la empresa, llegamos también a esa misma conclusión: nadie es prescindible.
Un post muy interesante que hace pensar en la impronta que dejamos en cada uno de nuestros trabajos. En nuestra empresa de protección contra incendios sabemos que al enviar nuestros extintores dejamos cada uno de nosotros la huella en esa caja de cartón, la forma de colocarlo, las protecciones y el cuidado con el que se trata nos hace únicos.
Yo lo mismo. Estoy acostumbrado a mirar que digan «Nadie es imprescindible» pero la verdad es que es todo lo contrario. Si bien hay que analizar metódicamente cómo llevar la teoría a una realidad práctica, lo que sucede en estos tiempos con la motivación de los trabajadjores y la falta de conexión de lo espiritual es increíble.
Estimado Antonio, muy interesate. El trabajo en el ser humano tiene dos componentes la física y la espiritual. Si bien la física inicia y finaliza el trabajo, produciendo el servicio o el producto, es la espiritual basada en el servicio a los demás la que lo engrandece y perfecciona. Saludos
Es la primera vez que leo “Nadie es prescindible”. Siempre he estado de acuerdo, y lo he defendido en diferentes ámbitos, sin apoyo. Me ha gustado mucho el artículo Profesor, gracias.