¿Qué añade trabajar con otros a la acción individual de la persona? He tenido que escribir sobre este tema y os quiero trasladar algunas de las ideas, esperando que vuestros comentarios me ayudan a mejorar mis ideas.
Empiezo con un ejemplo: un camión de mudanzas llega a su destino; unos trabajadores bajan los muebles del camión, los colocan en el elevador, los suben a su destino y los reparten por las habitaciones. Esta tarea es una acción compartida, caracterizada por tener objetivos comunes y exigir alguna forma de colaboración o coordinación de las acciones individuales.
Cada uno de esos empleados tiene sus propios motivos para trabajar, que pueden ser extrínsecos (ganar un sueldo, recibir unas muestras de agradecimiento y quizás una propina), intrínsecos (la satisfacción del trabajo bien hecho, mejorar su capacidad para mover muebles) y trascendentes o prosociales (hacer algo útil para el cliente, cumplir los objetivos de la empresa). Ahora tienen también un propósito u objetivo común o compartido, que es desplazar esos muebles aquí y ahora, de forma rápida y segura, porque de esto depende que ambos agentes consigan todo aquello que les motiva.
Esta interacción supone, por supuesto, la capacidad de actuar de cada uno: de establecer sus fines u objetivos, identificar los medios para conseguirlos, planificar las acciones, ejecutarlas, aprender de ellas y, si procede, corregirlas. Cada uno sabe cómo se acarrea un sofá, pero ahora deben hacerlo de manera conjunta, y esto exige al menos tres capacidades nuevas:
- Ha de prestar atención al otro, para que sus mentes se fijen en la misma realidad, antes de empezar la acción y durante su ejecución.
- Ha de representarse y predecir las acciones del otro, lo que implica saber no solo en qué consiste mover un sofá, sino también observar cómo lo hace el otro, entender sus intenciones y adaptarse para elaborar procedimientos compartidos.
- Tiene que integrar los efectos previstos de las acciones propias con los de las acciones del otro – el ‘qué’ y el ‘cuándo’ – en el plan de acción personal, compatible con el plan del otro, de modo que el resultado sea el deseado, el propósito compartido de la acción.
Si, al acabar su tarea, aquellos trabajadores reflexionan sobre lo que han conseguido, encontrarán un conjunto de resultados que ya podían haber previsto: se han cansado, han ganado su salario, les ha gustado más o menos lo que han hecho… y otros que quizás no habían previsto: han colaborado con un colega, lo que les ha permitido conocerle mejor, desarrollando, si no una amistad, al menos un cierto compañerismo – o lo contrario, si han acabado enfadados. Si, por ejemplo, descubren que ambos proceden de la misma localidad, o que tienen aficiones comunes, es probable que esto cree motivos sociales para trabajar juntos, que forman parte, a veces de los motivos intrínsecos (la satisfacción de la colaboración) y otras de los trascendentes o prosociales (el deseo de hacer algo por el otro). Y aquí pueden iniciarse relaciones de compañerismo o de amistad, sentimientos de pertenencia a un equipo y compromisos y lealtades con las personas o con la organización.
Por hoy ya es suficiente; seguiremos otro día…
Creo, Antonio que el ejemplo de la música y el director ilustra muy bien el trabajo en equipo, es decir, la sincronía de acciones conjuntas. Tiene la ventaja de que la música eleva -por decirlo de algún modo- el alma de los que la escuchan y es inevitable no escucharla. Sobre todo si es algo tan bien organizado como el segundo movimiento del concierto Emperador de Beethoven. Solo para precisar que la motivación trascendente radica en cómo me hago yo mejor, intentando hacer mejores a los demás cuando sigo al director de orquesta, sintiendo que formo parte de un equipo que sirve a la sociedad