El pasado día 23 tuve ocasión de asistir al acto virtual de entrega de ayudas a causas solidarias del fondo Sabadell Inversión Ética y Solidaria, en cuya comisión ética colaboro. Me alegró ver cómo las empresas entregan generosas ayudas a entidades sociales, reconociendo su labor y contribuyendo a sus proyectos. Al acabar cayó en mis manos un artículo de una institución social británica, cuyo título es: «Beneficencia: la víctima olvidada del COVID-19», en que explica cómo muchas entidades sociales han visto reducidas drásticamente las contribuciones privadas, seguramente como eco de la caída de los ingresos de muchas familias y de las dificultades de muchas empresas.
Según las cifras de ese artículo, esas entidades sociales han visto reducidos sus ingresos en una tercera parte, precisamente en unos momentos en que las necesidades de sus beneficiarios eran mayores. «En medio de discusiones sin fin acerca de cómo revitalizar los comercios locales y sobre los subsidios gubernamentales a la hostelería, muy poco se ha dicho sobre las ayudas a entidades sociales. Pero sin la generosidad de las personas no hay tercer sector». El artículo acaba con una llamada a los lectores «para poner el dinero donde están sus bocas y volver al hábito de dar».
Realmente es mucho lo que consiguen esas instituciones, que llegan donde los medios públicos no pueden llegar, por falta de fondos o por la rigidez de los criterios con que se otorgan las ayudas. A menudo, especialmente entre los partidos de izquierda, se sostiene la tesis de que a la gente no hay que darle limosna, sino unos ingresos a los que tienen derecho. Pero no explican cómo se recoge ese dinero, especialmente en una emergencia económica como la del coronavirus.
Es conveniente recordar que todos tenemos una Responsabilidad Social, no de la empresa, sino de los seres humanos: somos responsables unos de otros, y tenemos que hacer un hueco en nuestros corazones para las necesidades de otras personas. Sobre todo porque, a menudo, esas ayudas materiales van acompañadas de una sonrisa y unas palabras amables, que suavizan el dolor. Hay personas que dedican unas horas a la semana a escuchar a ancianos que viven solos. El presupuesto público no llegará nunca a esto.
Gracias como siempre por su aportación, don Antonio.
Felicitaciones, muy buen post.