A menudo la ética de la empresa o de los negocios parece un pantano donde uno se puede ahogar con facilidad. Todo son teorías sobre lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer, que los manuales recogen cuidadosamente, dejándonos con la duda sobre lo que conviene hacer en cada caso. De todos modos, me parece que la confusión no es tanta. ¿Puedo dejar de pagar un impuesto establecido legalmente? Algunos sacarán argumentos sobre la legitimidad del gobierno, sobre el uso del dinero recaudado, sobre los argumentos económicos acerca de si ahora hay que subir o bajar los impuestos… Pero me parece que el simple hecho de discutir sobre ese tema ya pone de manifiesto que debe haber alguna razón de bastante peso para que el pago de impuestos sea un deber para los ciudadanos, al menos como regla general. Y no porque puede caerme una multa si omito el pago del impuesto, sino porque hay otras razones de peso para comportarme así.
Leí hace un tiempo una información sobre un estudio empírico llevado a cabo en Estados Unidos, donde unas personas tenían que contestar unas preguntas y, si acertaban, recibían un pequeño premio. Se excluía, claro, copiar en las respuestas. Pues bien, el estudio mostraba que una reducción en la intensidad de la luz en la sala en que estaban los sujetos del experimento aumentaba la probabilidad de engañar en la respuesta. Está claro que todos, o casi todos, sabían lo que debían contestar. Lo que les fallaba era la fuerza de voluntad para renunciar a un pequeño premio financiero.
La moraleja que saco de lo anterior es que la clave de la ética en los negocios no está en el intelecto, sino en la voluntad. Por eso, una ética empresarial basada en la formación del carácter debe tener un contenido racional, justificando unas respuestas, pero también, y mucho más importante, un contenido práctico, la decisión de llevar a cabo lo que hay que hacer aunque sea costoso. Quizás estamos demasiado preocupados por los resultados externos, casi siempre económicos, y no nos paramos a pensar en otros resultados, menos visibles pero más relevantes, que es el daño que nos hacemos a nosotros mismos cuando hacemos algo mal, y el que hacemos a los otros, no cuando salen perjudicados por las consecuencias de nuestras acciones, sino cuando reciben una lección negativa, al vernos actuar de manera inmoral. La buena ética de los negocios empieza con el buen ejemplo y un ambiente en la empresa en el que esté claro que lo que hay que hacer se hace, aunque sea caro y molesto.
Muy buena aportación don Antonio, mis más sinceras felicitaciones.
Muy buen artículo profesor, bastante clave la reflexión y todo lo comentado. Un Gran saludo!
Estoy de acuerdo con que la clave del negocio exitoso no está en el inteleco, sino en la voluntad. Como dicen en mi pueblo…el que la sigue la consigue. Sólo intentándolo e invirtiendo tiempo, se puede optar al éxito.
Estimado Antonio: la ética en negocios comienza por hacer bien las cuentas y eso se debe a que muchas decisiones, incluso personales, dependen de los números. Pero si esos números no son bien calculados, todo estará mal. No hay relatividad en los números. La velocidad de la luz es absoluta y eso hace relativos al tiempo y al espacio físicos. Polo nos hablaba de los tiempos personales, que no son físicos y además, son absolutos. Más aún que la velocidad de la luz. Por eso, si los números no se basan en magnitudes absolutas eso es imposible. Peor aun si encima son físicos y se relaciones a bienes materiales que se miden en dinero. Más físicos no pueden ser. Y se miden mal, hoy por hoy