Sobre la meritocracia (I)

Michael Sandel ha publicado un nuevo libro, «La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común?». No lo he leído, no he tenido tiempo; solo cayó en mis manos el capítulo primero, publicado en El País el pasado 17 de septiembre, con el título «Meritocracia: la trampa del sueño americano».

La tesis es atractiva: los agravios provocados por la desigualdad económica en los últimos años no tienen solo una base racista o xenófoba, ni siquiera una base económica, sino también sociológica, moral y cultural. La retórica del ascensor social, de que la persona que se esfuerza y trabaja es capaz de conseguir un mejoramiento social y económico no se ve confirmada por las cifras. La meritocracia es una promesa vacía, al menos parcialmente vacía.

Pero no quiero hablar aquí de la meritocracia como fenómeno social, sino como actitud de los que triunfan, que tienden a pensar que el éxito es obra suya y que tienen todo el derecho a lo que reciben, como señala Javier García Herrería en Aceprensa del 7 de octubre, comentando el libro de Sandel. Él también señala el peligro de valorar el trabajo de las personas por el rendimiento económico, no por su contribución al bien común -y yo añadiría, a la perfección de la persona, que es el primer bien derivado del trabajo. En la pandemia reciente, hemos visto que el trabajo de un transportista o de un reponedor en un supermercado es más importante que el del dueño de un casino.

Sandel no se hace ilusiones de que su libro vaya a cambiar el mundo, pero señala que «un renovado debate sobre la dignidad del trabajo trastocaría nuestras complacencias partidistas, vigorizaría moralmente nuestro discurso público y nos conduciría más allá de la polarizada contienda política».

Pero aún hay más. Seguiré otro día.

6 thoughts on “Sobre la meritocracia (I)

  1. Estimado Antonio, soy consciente de las grandes cualidades de José Francisco Javier desde hace 50 años; sin embargo te te puedo informar mar que aprendí a leer a los 2 ańis y a escribir a los 3 años. Mi abuela fue directora y ni mamá maestra y luego directora. Mi abuela me llevaba a su escuela bajo el puente del Rimac (rio Limeño), y fui motivado a muy temprana edad. Actualmente soy socio de la empresa familiar, que vendemos a 44 países del mundo, y en promedio 100MM al año antes de la pandemia. Yo la construí, en tiempos de Javier, y mi gran éxito ha sido cumplir con el protocolo familiar del Opus Dei, que nos rige y aglutina a la familia.

  2. Estimado Antonio: aprovecho tu entrada para comentar algo que me pasó. Mañana serán 50 años de mi primera clase en la PUCP (universidad Católica del Perú). Yo ingresé de 15 años (por circunstancias familiares, largo de contar ahora) a ciencias, y un día, debido a mis altas puntuaciones (aquí entra la meritocracia) la asistenta social entró al aula de mate y al final de la clase el profesor dijo “Rospigliosi: ir a asistencia social” por supuesto, yo pensé lo peor, pues se me había otorgado un crédito condicionado a mis notas. Me dijo: “tus compañeritos (ya tenía 16 años) de provincia que también tienen préstamo, han dicho que al profesor no le pueden preguntar pero a ti sí”. Así que queremos que des una clase el lunes 11 de 2 a 4pm. Di mi clase a 18 alumnos, todos provincianos. Pero la segunda clase el 18 de octubre, llegaron más de 90 de todo tipo, después di clase hasta diciembre que es el fin de curso en Lima. Y en enero de 1971, me citaron en el departamento de ciencias para pedirme que fuera “instructor” pues no podían ni hacerme contrato (por la edad), el que finalmente firmó mi madre. Así terminé de profesor toda mi vida, hasta hoy, aunque ya no enseño en la PUCP sino en mi Centro Stella Matutina y mi jefe es mi esposa Patty, como tú ya sabes. Nunca pagué el préstamo pues se condonó y se convirtió en beca.
    Disculpa mi extensión, pero es un caso neto del tema de la entrada de tu blog que espero sirva para conocer más a esa Lima de antaño. Un gran abrazo latinoamerincaico

    1. Interesante la historia Javier, claro ejemplo de meritocracia y responder adecuadamente a las oportunidades que siempre da la vida, cada quien con sus dones.

    2. Una historia inspiradora. Es cierto que muchos resultados dependen parcialmente de la suerte, pero el trabajo tiene que seguir siendo hecho para estar preparado cuando una oportunidad llegue. Y en su caso Javier, es un gran ejemplo de talento combinado con esfuerzo y constancia. El hecho de que estuviese preparado precozmente, tuvo como consecuencia una serie de oportunidades que le han permitido ser quien es ahora. Enhorabuena.

    3. Felicidades, Javier. Eso sí que es meritocracia… Y supiste aprovechar bien tus méritos…

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