Ya me había olvidado de la teoría de las ventanas rotas, sobre la que escribí en la prensa hace ahora 16 años, cuando me llamaron para pedirme una sesión online con gente joven de Latinoamérica para hablar de la virtud social del civismo. De modo que uno de estos días tendré ocasión de rememorar esa teoría.
Todo viene de un experimento que llevó a cabo en 1969 Philip Zimbardo, un psicólogo de la Universidad de Stanford, que dejó «abandonado» un coche en el barrio del Bronx, en Nueva York, con las placas de matrícula arrancadas y las puertas abiertas, «para ver qué pasaba». Lo que pasó es que a los 10 minutos empezaron a robar los componentes del coche, y a los tres días no quedaba nada de valor, si bien la tarea de destrozarlo continuó.
No contento con ese experimento, abandonó otro coche en un barrio rico de Palo Alto, en California. Durante una semana el coche permaneció intacto, en vista de lo cual machacó trozos de la carrocería con un martillo. E inmediatamente se inició el mismo proceso de convertir el coche en chatarra.
El argumento que se desprende del experimento es que se trataba de un bien que no era propiedad de nadie, o sea, que nadie cuidaba de él. Todos tenemos ahora experiencias parecidas: un grafiti en una pared es el preludio de todo el barrio sucio con pintadas. Está claro que las paredes tienen dueños, y cumplen una función para los que pasan por la calle, pero si uno está dispuesto a robar la radio de un coche abandonado, también estará dispuesto a causar daño a la propiedad de otros.
Y aquí es donde aparece el civismo, conjunto de ideas, sentimientos, actitudes y hábitos (virtudes, con otras palabras) que hacen de los individuos y de los grupos buenos miembros de la sociedad política, buenos ciudadanos (que de ahí viene el nombre, civismo, de cives, ciudadano, en latín). El civismo tiene que ver con la convivencia social, porque, como decía Aristóteles, somos «animales sociales», pero no autosuficientes, de modo que tenemos necesidad unos de otros, y esto exige actuar de determinadas formas. Tiene que ver con tolerancia y respeto, aunque estas virtudes se quedan un poco cortas, en cuanto que se encogen de hombros ante el que piensa distinto de nosotros: que piense como quiera, no nos vamos a pelear por eso. Pero el civismo forma parte de la virtud de la justicia, la que nos obliga a dar a los demás, en este caso a los conciudadanos, lo que es suyo, aquello a lo que tienen derecho, el bien común, que es algo más que aguantarnos unos a otros, porque tiene que ver con la virtud de la amistad política, de la que hablaba Aristóteles.
Excelente contenido profesor, muy buen reflexión sobre las ventanas rotas y cómo se puede aplicar a la vida diaria. Un grato saludo.
Querido profesor: valdría la pena releerse Pobres y Ricos: Igualdad y Desigualdad de nuestro recordado Leonardo Polo. Ha sido un lujo haber sido amigo de Polo, además de alumno y colega (si se puede decir esto de alguien que debe tener un nivel muy elevado en la Jerusalén Celestial)