Para un economista liberal (en el sentido europeo del término «liberal»), el título de esta entrada es una herejía. Los sindicatos, para un liberal, son grupos de presión para conseguir ventajas económicas para los trabajadores por el procedimiento de reducir la oferta y presionar con medios de dudosa legalidad (huelgas) en las negociaciones colectivas. De hecho, los sindicatos han perdido fuerza en los últimos años, por los cambios en el mercado de trabajo: trabajadores de cualificaciones medias y altas no tienen interés en los procedimientos sindicalistas; la competencia de trabajadores de otros países (globalización) ha reducido el poder del sindicato en las negociaciones nacionales; la tecnología constituye un competidor de muchos trabajadores, reduciendo también poder al sindicato… De hecho, los sindicatos se han atrincherado en algunos sectores industriales en los que los factores citados son menos importantes, y se concentran en obtener ventajas para sus afiliados o los protegidos por la negociación colectiva, frente a los recién llegados al mercado laboral.
Por eso, me llamó la atención leer, hace unos días, una entrada de John Lloyd en un blog liberal, con el título «El argumento en favor de fortalecer los sindicatos no es izquierdista, sino humanista» (aquí, en inglés). Sus ideas me recordaron la defensa que la doctrina social de la Iglesia católica suele hacer de los sindicatos, desde que León XIII la enunció, a finales del siglo XIX: los sindicatos hacen falta para moderar el poder de las empresas, sobre todo de las grandes empresas con poder de monopolio, también en el mercado de trabajo, supuesto que el marco legal e institucional del mercado no garantiza un trato equitativo a los trabajadores frente a las empresas.
Pero el argumento de John Lloyd no va por ahí. Él recuerda que los sindicatos aparecen como una institución social, para la defensa de los intereses de los trabajadores, no necesariamente enfrentados con las patronales, sino promoviendo «virtudes comunitarias», como la solidaridad, y llevando a cabo numerosos servicios sociales, como atención médica, lugares para las vacaciones, estaciones de radio, equipos deportivos, clases y «oportunidades para conexiones sociales informales«. Es verdad que muchas de esas actividades las proporciona ahora el mercado mismo o el Estado, pero también lo es que se echa en falta la existencia de ámbitos en los que esas interrelaciones sociales no se desarrollan espontáneamente. «Las sociedades avanzadas necesitan un movimiento, no ligado a un partido, pero capaz de articular y dar forma a las necesidades y puntos de vista de aquellos que no tienen voz en la vida política e intelectual… Más que un movimiento de izquierdas, es uno humanista» que reemplace el individualismo con una identidad colectiva. Vale la pena pensarlo, aunque pienso que los sindicatos -y la legislación sobre las relaciones laborales-, al menos tal como los conocemos, tendrían que cambiar mucho para cumplir esa función social.
Efectivamente, la Doctrina Social de la Iglesia recomienda la formación de Sindicatos en las empresas; como también el respeto al derecho de huelga, cuando no se llega a acuerdos.
Invita al diálogo, los consensos y evitar la violencia, inclusive verbal.
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