Leí hace un tiempo un interesante artículo de Duane Windsor en el Journal of Management Studies (43:1, enero 2006), titulado «Responsabilidad social corporativa: tres enfoques clave» (en inglés, claro). Los tres enfoques son el económico, el ético y el de corporate citizenship. Los dos primeros, dice, son incompatibles: el económico no admite otra ética que el utilitarismo, medir la bondad de las actuaciones por sus resultados (económicos). El ético no es compatible con el derecho (utilitarista) de los inversores a que la empresa sea gobernada de acuerdo con sus intereses, es decir, con la maximización del beneficio.
El tercer enfoque, el de ciudadanía corporativa, trata de cubrir el hueco entre ambos, pero no lo consigue. El enfoque instrumental es, dice, «pragmatismo ateorético, si no ‘realpolitik'»: la RSC acaba siendo gobernada por la ley. El enfoque idealizado acaba en un voluntarismo que trata de dar libertad a los managers para introducir criterios éticos basados en derechos humanos y derechos de los stakeholders, que no es compatible con la rigidez de la ética utilitarista.
Al final del artículo, Windsor insiste varias veces que hace falta que los managers dispongan de grados de libertad para hacer análisis éticos de sus decisiones, más allá del puro utilitarismo, a partir una idea de Jones de que «las economías de mercado competitivas operan mucho mejor cuando prevalecen valores compartidos de honestidad e integridad». «Si la oferta de managers morales es abundante, la RSC libera a esos managers de la responsabilidad estrictamente fiduciaria [la obligación de maximizar el beneficio] para poner en práctica la reflexión moral«. O sea, el manager tiene que tener libertad para introducir criterios morales en sus decisiones, aunque no estén de acuerdo con la moral utilitarista. «El manager se enfrentará a circunstancias de reflexión moral como un espectador imparcial a partir de algunos principios amplios de RSC». O sea, la RSC exige una dimensión ética.
En otro lugar reconoce que «la larga tradición, que se remonta a Aristóteles, de que la ciudadanía implica mucho más que la competencia de intereses privados» no está presente en estos análisis. O sea, que hay que recurrir a la ética de las virtudes si, de verdad, queremos compaginar la economía con la ética, más allá del utilitarismo y del recurso a la ética de derechos de los stakeholders. Otra cosa es que exista esa oferta abundante de managers educados en la ética de las virtudes…
Es un placer leer sus artículos, el que más me ha gustado es el de la Meritocracia, lo desconocía.
Compartiré que ya se sabe de la física-matemática que los gastos cubren los costos sólo cuando la curva de ida (en el espacio económico de producción – covariante – piénsese en las Cobb-Douglas) es igual a la de vuelta. Pero eso nunca ocurre. Por ello hay que recurrir al número que mide orden-desorden es decir la entropía. El conocimiento por ser espiritual, puede lograr que la curva de vuelta ordene en lugar de desordenar, pero eso hay que medirlo correctamente. Ahí está el dilema
Y es que ya tendríamos que dar por sentado que los que se mueven por fuera de la ética de las virtudes no pueden decir ni una palabra sobre la RSC. En mayor o en menor grado estas personas o sociedades están en guerra contra la sociedad en general. El utilitarismo, sólo buscando el resultado económico, la imagen manipulada, finjida, es como, por ejemplo, traicionar el tradicional «acuerdo entre caballeros», (que todavía existe) y que repudia y deja al margen aquel que lo incumple. El verdadero acuerdo y sentido en la RSC es el basado en la ética de las virtudes entre todos nosotros para trabajar y vivir dignamente.