La compasión es una virtud que está de moda. Nuestras sociedades muestran un especial interés en las personas o grupos que son discriminados, marginalizados o tratados mal por su posición social. Compasión viene a significar «sufrir con», «sentir el sufrimiento de otro» o «estar dispuesto a aliviar el sufrimiento de otro». La compasión auténtica tiene un gran poder: crear lazos duraderos de confianza y bienestar, y atenúa las rigideces de la justicia humana ofreciendo el perdón o una «segunda oportunidad». Una sociedad carente de compasión no deja posibilidad a la rehabilitación y a la aceptación social de los que han caído en el mundo de la delincuencia o de la adicción a las drogas.
Pero nuestras sociedades tienen, a menudo, una visión estrecha de lo que es la compasión, aplicándola a menudo de forma selectiva a un subconjunto de individuos o grupos, lejos de la visión misericordiosa del que no pierde de vista a todos los que necesitan compasión en una u otra de las facetas de la vida. De este modo, restringen la compasión a algunos males, y no a todos.
Otra práctica frecuente es convertir la compasión en una oportunidad para trasladar el problema a las autoridades, desentendiéndose del mismo: reclaman que el Estado de haga del problema, convirtiéndolo en un derecho más o en un componente más del estado del bienestar. Se ven como urgentes y graves algunos males, pero se cierran los ojos ante otros.
Otro problema es cuando la compasión deja de ser una virtud que hay que vivir, para convertirse en un sentimiento, una emoción visceral, unidimensional, pero no serena, creativa, ponderada, reflexiva y abierta a una visión amplia de la realidad -por ejemplo, cuando se propone quitar la vida del que sufre, sin considerar si hay otras soluciones o si se crean problemas adicionales.
Eso es lo que ha dado lugar a lo que algunos llaman «compasión decadente», que busca una actuación rápida sin considerar si esto mejora o de, de verdad, la vida de las personas que sufren, y si esto hace o no el mundo un mejor lugar para vivir.
Cuanta razón profesor. Muchos «se desentienden del problema reclaman que el Estado de encargue».
Con esas ideas el sentimiento humano y humanitario no evolucionaría.
La compasión radica en sincronizarse con lo que está ocurriendo, que eso es vivir: sincronía. Pero el educador se sincroniza con sus conocimientos del niño o el dentista con el dolor y/o estética de la situación, etc; y eso complica más la cosa si no es el caso. Como nadie es todista, hay que evaluar las circunstancias y para eso es mejor preguntar a una persona mayor porque tiene más experiencia (al menos debería, ya depende de cada uno evaluar eso o preguntar a otro). Al final el secreto está en la sincronía y eso nadie sabe como hacerlo porque es un número complejo (a + bi) que tiene una filosofía escondida en lo que se llama feedback y creen que por ser matemáticas, es difícil. Nada más falso. Las matemáticas son fáciles si se saben enseñar
Pienso que la felicidad está vinculada a la compasión.
Debemos escuchar a los que sufren desde nuestra serenidad interior.
Además, no puede haber proyectos de futuro con impacto social, sin personas que los representen moviéndose con altruismo, pasión y compasión.
Gracias Profesor, su post es completo, recoge muchos aspectos y es muy profundo.
Estimado profesor su análisis humano respecto de la compasión me dejado en un estado dubitativo, por cuando, es cierto que muchas personas lamentablemente muestra una evidente hipocresía al ser compasivos para algunas cosas, mientras que para otras no, siendo que lo que manda realmente en sus corazones es un interés egoísta, entonces, el termino «hipócritas» los describiría a la perfección. Esperemos que este comportamiento no prime en el resto de la sociedad y que las nuevas generaciones superen esta defecto.