Una de las muchas consecuencias de la pandemia del COVID-19 ha sido la frecuencia de los debates sobre el papel de la ciencia en la sociedad. Me parece que una conclusión, al menos provisional, de esos debates es que la ciencia ocupa un lugar importante, destacado, en la solución de los problemas de nuestras sociedades. Otra es que el saber de la ciencia es, a menudo, provisional, sujeto a nuevas informaciones y nuevos conocimientos que nos permitan afianzar o cambiar nuestros diagnósticos. Y otra es que seguir a la ciencia no nos excusa de nuestras responsabilidades sociales y morales. Aislarnos todos ante una pandemia puede ser una medida oportuna desde el punto de vista médico, pero cuando se contrasta con las necesidades de todos los colectivos, es necesario volver a pensar.
Y ese volver a pensar no es tarea sólo de los científicos. La ciencia es un modo de pensar, pero sus métodos y sus afirmaciones dependen de supuestos filosóficos que son externos a la ciencia. Los datos no captan toda la verdad; afirmar que sí lo hacen no es un posición científica, sino filosófica. Y, además, los datos y la evidencia no nos señalan siempre qué hemos de hacer con ellos. Hace falta un juicio prudencial, que va más allá del método científico.
Además, los científicos no siempre están de acuerdo. Y hay problemas políticos, a los que no se pueden aplicar criterios puramente científicos. Y las prioridades sociales no las fijan las ciencias. Las ciencias son instrumentos, que no pueden justificar sus propios supuestos morales. Como decía el cardenal Newman, la universidad es «una asamblea de sabios, celosos de sus propias ciencias y rivales unos de otros, que se ven obligados por sus relaciones habituales y por la necesidad de la paz intelectual, a ajustar todos juntos las conclusiones y las relaciones de sus respectivos sujetos de investigación. Han de aprender a respetar, a consultar y a ayudarse unos a otros».
«Sigamos a la ciencia» no puede ser una excusa para eximir a los políticos de su deber de juzgar, especialmente en el mundo actual, llenos de superespecialistas que no siempre entienden los peligros potenciales de su trabajo, o la existencia de otras fuentes de conocimiento distintas de las suyas.
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Lo que pasa profesor es que la ciencia se ha quedado en la lógica formal y renunció a los números porque son muy elevados para las mentes hedonistas actuales. Nadie se ha dado cuenta que las demostraciones matemáticas no tienen valor si solo se aplica la lógica formal, que es deductiva cuando lo valioso de la ciencia es pensar, no razonar. Lo conocido es justamente lo contrario de pensar. Pensar es innovar, no deducir de lo ya pensado. Se piensa y lego se razona. Por eso decía Polo que lo peor que ha ocurrido en la modernidad es enseñar a razonar con teoría de conjuntos. Pero ya Euclides y Thales están saliendo de sus tumbas. No se preocupe. Ya pasará