Este es un interesante problema que han tratado muchos expertos; el título «el dilema del samaritano» se lo dio James Buchanan en un conocido artículo de 1975. El tema se retrotrae a la parábola del buen samaritano recogida en el Evangelio según San Lucas: un samaritano baja por un camino desierto y se encuentra a un hombre desnudo y malherido por los ladrones que le habían robado y dejado medio muerto. El samaritano se compadece de él, le lava las heridas, lo monta en su cabalgadura y lo lleva la hostal de la población más próxima, donde lo atiende y paga los gastos que pueda necesitar durante su recuperación. Este caso no presenta dilema económico alguno.
Pero sí lo tiene el caso que propone Buchanan: el de la persona caritativa que ve a alguien con una necesidad importante, por ejemplo, una situación de hambre y pobreza, y le ayuda con su dinero. Pero la reacción del ayudado es no hacer nada para superar su situación, de modo que sigue necesitando nuevas cantidades de dinero. El dilema del samaritano está entre seguir ayudando indefinidamente al pobre, con la conciencia de estar tirando el dinero, porque el necesitado no hace nada para hacerse cargo de su problema, y dejar de ayudarle para que esto le mueva a poner los medios necesarios, por ejemplo, buscar un trabajo.
En términos económicos, cortoplacistas, esto se presenta como una comparación de utilidades y desutilidades. La primera solución, seguir ayudando el pobre, compara la satisfacción de ayudarle («¡qué buena persona soy!») con la insatisfacción de que su ayuda no sirve para nada, a largo plazo. La segunda solución compara la insatisfacción de dejar de ayudarle con la esperanza de que esto mueva al necesitado a poner remedio a su situación.
En términos morales el dilema no es tal, cuando lo que pretende el samaritano generoso no es buscar la satisfacción de ayudar, sino la solución del problema del necesitado. O sea, actuar pensando en la necesidad concreta de la otra persona: tiene una necesidad inmediata (hoy tiene hambre), que he de remediar (le daré dinero) y una necesidad a largo plazo (debe aprender a hacerse cargo de su necesidad, siempre dentro de sus posibilidades), que tendrá un remedio probablemente más complicado (hablar con el interesado, moverle a hacerse cargo de su problema, darle ideas de cómo resolverlo, ayudarle a poner los medios, incluso suspendiendo la ayuda para que reacciones…) pero más efectivo.
En el mundo de la empresa esto se da también con frecuencia, y quizás de modo especial en las empresas que asumen actitudes de ayuda a sus empleados, clientes, proveedores, vecinos, etc. Deben entender la naturaleza del problema de la persona necesitada y pensar en la solución, o en la cadena de soluciones, para resolver los problemas a corto y a largo plazo.
Me pareció un contenido muy útil porque refleja su arduo trabajo y conocimiento sobre el tema.
Es que hay personas, Antonio, que están mal diagnosticadas por ellas mismas o por otros. El secreto es evaluar a la persona de modo certero, aunque no siempre el que evalúa sabe hacerlo, ése es el problema. Como dice Polo repetidas veces en sus numerosas publicaciones (de las que te he enviado alguna hace poco): «La psicología actual contiene un tratamiento defectuoso de la memoria (ya hemos visto que tampoco estudia bien la imaginación)» no es suficiente el método actual para evaluar bien