El que dirige, manda; el que hace, obedece. Si las cosas salen bien, lo que hace el que obedece se corresponde bien con lo que manda el que dirige. Si lo que hace el que obedece no coincide con lo que manda el que dirige, algo no sale como estaba previsto. Esto puede ser bueno, si el resultado es mejor que el esperado, o malo, en caso contrario.
Si el que obedece es una máquina, se puede esperar que el resultado coincida exactamente con lo esperado y deseado, salvo que haya un fallo externo. A menudo se espera que la persona que obedece se comporte como una máquina. Esto puede deberse a que la persona es, o parece ser, realmente una máquina. Pero hay siempre una brecha entre lo que manda el que dirige y lo que hace el que ejecuta: la acción, toda acción, tiene un impacto sobre las personas, primero la que hace, pero también la que manda y, si procede, otras personas implicadas en el proceso.
Si la persona que obedece entiende bien lo que se le pide, es probable que ponga esfuerzo en cumplir lo mejor posible lo que se le manda, lo que le llevará a poner creatividad, innovación, interés y esfuerzo. Por eso, aprenderá de lo que hace, desarrollando sus capacidades. Y si el que manda se esfuerza en conseguir que el que obedece entienda lo que hace, las razones profundas, técnicas, económicas, sociales y morales, de lo que se le manda, también mejorará como persona.
Y si el que obedece entiende que está sacando adelante una tarea de equipo, colaborando con todos los demás de la organización e incluso con los de fuera de ella, la brecha entre lo que se manda, en sentido estricto, y lo que se lleva a cabo, aumenta, para beneficio de todos.