La llamada economía social ha adquirido ya dimensiones respetables. Hay muchas pequeñas iniciativas que llevan a cabo formidables labores con personas discapacitadas, sin hogar, sin formación, desplazados, inmigrantes y otros muchos más. Que esas iniciativas sean pequeñas significa que pueden ponerse en marcha con relativamente poco esfuerzo, pero también quiere decir que les faltarán las capacidades, conocimientos y medios necesarios para llevar a cabo una tarea relevante y mantenerla a lo largo del tiempo.
Aquí es donde pueden ayudar las alianzas estratégicas, para aumentar capacidades de acción. Hay alianzas de masa crítica, necesarias para que el tamaño de una iniciativa sea suficiente. Hay alianzas complementarias, en que distintos agentes colaboradores aportan conocimientos, capacidades y medios de distinto tipo, social, laboral, etc. Y hay alianzas que permiten iniciar nuevos proyectos.
Las alianzas sociales tienen ventajas claras, como suele explicar mi compañera África Ariño, titular de la Cátedra Joaquim Molins Figueras de Alianzas Estratégicas del IESE. Aumentan el tamaño y la eficiencia de las actividades emprendidas. Dan acceso a más medios y nuevas áreas de trabajo. Crean oportunidades nuevas, probablemente proyectos de mayor envergadura, al unir personas, recursos, ideas y potenciales distintos. Aceleran la transmisión de conocimientos entre empresas. Y permiten espacios de cocreación que desarrollan nuevas sinergias. Al final, las entidades sociales aliadas resultan más competitivas, creativas y eficaces.
Sobre todo impartir los conocimientos en que somos esenciales para la sociedad. Incluso los discapacitados son esenciales para nosotros, en sociedad