No sé por qué, pero hace tiempo que me atrae el tema de la gratitud. Y leí hace poco un artículo que contaba un suceso, probablemente inventado: una persona que va por la calle, saca del bolsillo, sin darse cuenta, el carnet de conducir, que cae al suelo y sigue caminando. Se acerca corriendo otro y le entrega el carnet que había perdido. Y el interesado se deshace en agradecimiento. Luego llega a su casa, donde está su familia. Los niños están revolucionados y ruidosos; la cena es vulgar y poco apetitosa; hace frío… Y la persona que había manifestado ruidosamente su gratitud a un extraño, pone mala cara y muestra su enfado en casa, en lugar de manifestar su agradecimiento porque tiene casa y familia, porque puede abrigarse y cenar, porque hay quien le quiere bien…
El artículo en cuestión lo escribía un americano, que se lamentaba del enfado que se aprecia en aquella sociedad -y en la nuestra, también en buena medida-, en concreto por el tema de la inmigración. El autor del artículo razonaba que lo lógico sería que un americano estuviese feliz porque la gente de otros países está deseando encontrar un hueco para vivir en el suyo: qué suerte tengo de tener lo que otros no tienen y desean, e incluso arriesgan su vida por tenerlo…
El autor concluía que sin gratitud por las buenas cosas de la vida, tampoco mostramos interés en conservarlas, porque las consideramos nuestras de pleno derecho, sin tener en cuenta lo mucho que debemos a los que nos precedieron, a los que nos trajeron al mundo, a los que cuidaron de nosotros y a los que nos ayudan ahora…
Y yo pensaba que en el mundo de la empresa esto ocurre cada día. Solo nos falta pararnos a pensar en todo lo que debemos a los que la crearon, la hicieron crecer, nos contrataron para trabajar en ella y nos ayudan a salir adelante en ella.