Hace muchos años me hicieron notar que la contabilidad era importante en las empresas, cosa en la que todo el mundo estará de acuerdo. Pero me dijeron que su importancia no radica en tener información fidedigna de la situación y evolución del negocio, sino en lo que se hace con las cuentas, una vez cuadradas y comprobadas. Enviarlas una vez al año al Registro Mercantil, claro. Pero algo más importante: la contabilidad ha de ser estudiada dentro de la empresa, analizada, profundizada, desplegada, hasta que «confiesa» todo lo que sabe sobre la situación de la empresa, sus éxitos y fracasos, sus riesgos y oportunidades. Y toda esa información se convierte luego en reflexiones sobre la marcha del negocio, sus riesgos y oportunidades, su estrategia y sus políticas…
Algo parecido pasa con las informes no financieros, elaborados de acuerdo con los principios ESG o de sostenibilidad, es decir, de las dimensiones medioambientales, sociales y de gobernanza. Hay que enviarlos a los evaluadores, para que calculen la puntuación de la empresa y la incluyan en sus rankings, y luego se puedan publicar en los medios de comunicación, incluir en las memorias de la empresa, darlos a conocer a los accionistas, directivos y personal, a los clientes y proveedores, a los reguladores, bancos y financiadores… sobre todo si «han quedado bien».
Pero, sobre todo, esa información debe aterrizar en la mesa del director general y de los miembros del comité de dirección, en la del consejo de administración y en las de los directivos, para analizar sus contenidos y sus resultados, profundizar en lo que ha aparecido, enmendar las cifras manipuladas, si las hay, y sacar conclusiones. Esto es lo que hacemos con las cifras de la contabilidad. Y esto es lo que debemos hacer con las evidencias que tenemos sobre la Responsabilidad Social Corporativa o sobre la Sostenibilidad de la empresa.
Si las cifras no se maltratan hasta que confiesan todo lo que saben, perdemos el tiempo, porque dejan de ser instrumentos para la toma de decisiones.