En algunos países hay grandes debates entre expertos, políticos y medios de comunicación sobre si los factores ESG, medioambientales, sociales y de gobernanza, son adecuados o no, válidos o no. En Estados Unidos, por ejemplo, se han levantado polémicas en las que la ESG se atribuye a la izquierda «woke», por lo que tiene de intervencionismo político en las libres decisiones de las empresas, orientadas a su objetivo «natural», que «debería ser» la maximización del valor para el accionista. Esos debates tienen algún eco en España, pero todavía muy limitado.
Como he explicado en otras entradas en este blog, la gestión de la empresa debe tener en cuenta, desde luego, los intereses de los accionistas e inversores, pero debe incluir también lo que algunos seguimos llamando Responsabilidad Social de la Empresa (RSE), que es la responsabilidad de la empresa por sus impactos en la sociedad y en los distintos stakeholders, y de la que la ESG es una parte, importante pero no completa.
La politización de la ESG no favorece el estudio y el diálogo entre las diversas propuestas, porque asocia el tema a una cuestión de identidad o afiliación política (como la del cambio climático), lo que resta poder a los argumentos del debate. La ESG no es un debate en el que uno tome partido por un bando o por otro, sino que conviene que se aireen todas las evidencias y tesis, de modo que cada uno se pueda formar una idea más completa de los argumentos. Hay que escuchar al contrario, para entender sus argumentos, no para intentar destruirlos -y esto vale para cualquier otro debate que tenga lugar en la sociedad.
Lo primero es darse cuenta, como afirma nuestro amigo Polo, es: «del axioma de la jerarquía: no todo se conoce con el mismo nivel de conocimiento». Como diría él, creo, sobre la ESG; gobernar está por encima de sociabilizar y ésta por encima del clima. No se conoce democráticamente, o se conoce por niveles o no se conoce. Que cada nivel tenga sus representantes es tema distinto