Hoy quiero referirme a un working paper reciente, que me hizo pensar. Se trata de un paper de Alan R. Palmiter, titulado «Mi búsqueda de la empresa sostenible» (en inglés, claro) y publicado en la serie del Social Sciences Research Network (SSRN).
Supongamos que tenemos una empresa que no responde a los criterios de sostenibilidad que ahora le pedimos, y deseamos transformarla. Seguramente recurriremos a la ley o a las regulaciones que, en definitiva, suponen un cambio de incentivos para las empresas: paga más cara la energía sucia mediante un impuesto, por ejemplo. ¿Con qué nos enfrentaremos?
La tesis de Palmiter es que las empresas son indiferentes respecto al futuro, al menos al futuro a largo plazo. Tratan de maximizar el valor actual descontado de sus beneficios para el accionista, lo que supone que un futuro de, digamos, 25 años es totalmente irrelevante para la decisión actual. Es decir, hacer algo ahora que suponga un coste importante dentro de 25 años no influye en la decisión que se tome -y ese es un periodo de tiempo relevante, por ejemplo, para los efectos sobre el medioambiente.
Por eso afirmamos con frecuencia que la cultura tiene un peso mucho más relevante que la ley en las actuaciones de las empresas. Y la cultura no es lo que ocurre como consecuencia de nuevas normas de gobierno en la empresa o los nuevos estándares de actuación, sino, al contrario, son las normas o los estándares los que cambian cuando lo hace la cultura.
La conclusión de Palmiter es que la empresa sostenible no nace como consecuencia de la ley o la regulación, sino de un estado mental nuevo, abierto e innovador. Pero seguiremos otro día.
En efecto, profesor. El estado mental debe ser uno que refleje la cultura sostenible más que un número o beneficio monetario: por más fórnulas maravillosas de descuento que se usen. La inclusión del ambiente y todas las otras aportaciones culturales se deben hacer a través de ciclos: cuándo cosecharemos lo que ahora sembramos. Son formas temporales que se grafican como círculos que giran en el tiempo y se van volcando las ordenadas de ese cículo al eje tiempo (t) vs costo/beneficio ($). Si esto se hace para los ciclos culturales o rubros de sostenibilidad, se va desagregando del más largo al más corto (al medio hay muchos ciclos xsiaca) y su matemática es perfectamente controlable: es como se hace en circuitos digitales. En mi libro de ecología quántica, del que he publicado un resumen en el IEFLP N° 75 Miscelánea poliana, grafico cómo se hace