¿Por qué hay corrupción, tanta corrupción, entre nuestros políticos? La explicación más frecuente es que se trata de manzanas podridas en un cesto sano, y las medidas que se toman van dirigidas precisamente a identificar y aislar esos casos, exigiendo más investigación, mayor implicación de los jueces y castigos más duros –o, peor aún, recurriendo al “linchamiento” mediático y social de los presuntos culpables. Pero esto no funciona si el problema está no en las manzanas, sino en el cesto. En nuestro país se han creado incentivos perversos, que tienden a corromper a los políticos y a los funcionarios, y a las empresas y particulares que se relacionan con ellos. Por ejemplo, el sistema de financiación de los partidos políticos vigente en España es incompatible con la cobertura clara, honesta y, sobre todo, suficiente de los costes de sus aparatos administrativos y de sus campañas. Y, claro, esto tiene que ver con otros problemas, como la falta de preparación de nuestros políticos, que se nutren de las juventudes del partido que ven ahí, y no en el sector privado, la oportunidad de una carrera; o el sistema electoral que hace imposible la asunción de responsabilidades personales de los elegidos.
Y esto nos lleva a problemas de otro nivel. El sistema administrativo, legal y fiscal que tenemos depende demasiado de la discreción de los políticos y funcionarios: permisos, prohibiciones, reinos de Taifas en la administración, falta de competencia, privilegios consentidos y fomentados, abusos de poder públicos y privados… No conseguiremos erradicar la corrupción si no entramos a fondo en los entresijos de las relaciones de poder, político y económico. Y aún hay, me parece, un tercer nivel: nuestra sociedad es poco coherente cuando critica la corrupción pública y, al mismo tiempo, transige y aun fomenta y aplaude formas de corrupción privada, como el fraude en el seguro de desempleo o en las pensiones, la ocultación fiscal o la economía sumergida.
Bueno: a la vista de todo lo anterior, parece que la solución no es fácil. Y, realmente, no lo es. La dureza de la ley o los linchamientos mediáticos no van a eliminar los incentivos que la explican. Hay que entrar a fondo en la legislación, las instituciones y la cultura social y económica. Esto no lo pueden hacer unos cuantos: es conveniente, desde luego, que haya líderes (políticos, funcionarios, empresarios, académicos, del tercer sector, de los medios de comunicación…) que asuman un papel directivo en la lucha contra la corrupción, pero no basta. Hace falta la colaboración de muchos (de todos los ciudadanos), no tanto denunciando a las manzanas podridas, como ayudando a depurar el cesto. Pero sobre esto escribiré otro día.
Lo que pasa es que los que están en el cesto o en el ajo no quieren cambiar el cesto ni que entren otros a cambiarlo. Así les va bien. Es más se vienen haciendo el cesto a la medida para que no les pase nada.