Subsidiaridad (I)

El principio de subsidiaridad es importante en la ética social. Viene a decir que lo que pueda hacer el inferior no lo debe hacer el superior, y si el inferior no es capaz de hacerlo, el superior debe intentar ayudarle y, si no es posible, sustituirle. Es una forma de poner en práctica lo del refrán «que cada palo aguante su vela». Es un principio relevante en la Doctrina Social de la Iglesia, pero también participado por muchos autores del campo de la ética social.

Es interesante porque señala que cada uno debe reconocer sus deberes para con la sociedad, sin ampararse en la idea, frecuente hoy en día, de que muchos de esos asuntos son un deber del gobierno en sus diversos niveles, de modo que uno puede defenderse diciendo «no es mi responsabilidad». Y sí, es mi responsabilidad. Por ejemplo, en los asuntos de responsabilidad social corporativa: si puedo evitar contaminar, es mi deber intentarlo, aunque el gobierno se atribuya a sí mismo esta tarea. Y así con otras muchas cosas. Se trata de una responsabilidad compartida entre los de nivel superior y los de nivel inferior.

Subsidiaridad sin responsabilidad puede ser una excusa para imponer los propios intereses sobre los de la sociedad. Por eso la subsidiaridad suele acompañarse por la solidaridad: soy responsable, en mayor o menor medida, de lo que ocurre en mi entorno y en la sociedad en la que me muevo.

Pero aún hay otra dimensión de la subsidiaridad, de la que hablaremos otro día.

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