Hace años escribí en un artículo de periódico que, ya que estábamos colaborando con nuestros impuestos a los gastos del Estado, sería bueno que nos dijesen quién eran «nuestro» funcionario, para invitarlo un día a tomar café o incluso a comer. Al final, a fuerza de pagarle su sueldo, le tomaríamos cariño.
La propuesta de hoy tiene que ver con aquella, pero es muy diferente. Decía hace unos días en un post titulado «Los mileuristas están aquí para quedarse» (verlo aquí), que corremos el riesgo de una sociedad polarizada, con una parte de la población que sigue viviendo muy bien, sin sufrir la crisis, y otra que la padece, sea como mileuristas, o sea como parados. Y decía que habría que hacer algo para evitar que esto acabase fraccionando la sociedad española.
La solución tiene que ver con aquel artículo: invite a un pobre a comer. No necesariamente tiene que comer con usted en su casa, pero hágalo. La idea me vino a la mente cenando ayer en casa de mi sobrina Marta. Yo le proponía las ventajas del ahorro: hemos de reducir nuestro endeudamiento, y no nos queda otro remedio que ahorrar. Pero al ahorrar reducimos la demanda agregada y agravamos la crisis. El ahorro es muy bueno cuando conduce a la inversión, pero ahora, en una crisis de sobreendeudamiento y miedo, no parece la mejor solución.
Mi sobrina me decía que es preferible animar a los que tienen recursos y no están endeudados a que sigan gastando. Pero no me resultaba atractivo invitarles a comprar otro bolso, o a cambiar su yate por otro mayor. Lo de aumentar el consumo está bien, pero no soluciona el problema de la distribución polarizada de la renta ni el fraccionamiento de la sociedad.
La solución puede estar entonces en… invitar a un pobre a comer. Quiero decir: si usted tiene renta y no tiene necesidad de ahorrar, más allá del motivo precaución tradicional, puede ser bueno que se haga cargo de parte de las necesidades de otras personas: un parado que no tiene para comer, un mileurista que no puede pagar su hipoteca, o una viuda que necesita cambiar su lavadora y no puede comprar otra.
Hay, claro está, muchas dificultades para esto. Usted no conoce, probablemente, a muchos pobres; no sabe si «merecen» o no su ayuda (sospecho que muchos de los que piden en las esquinas no pertenecen a esta categoría); no sabe si necesitan dinero para sobrevivir o para emborracharse; seguramente está lejos, no sabe cómo llegar a ellos,… Sí, está claro: ser generoso de manera inteligente y eficiente no es fácil. Pero no se desanime. Hay muchas ONGs muy buenas, que saben quién necesita ayuda y tienen canales eficaces para hacérsela llegar.
Lo que le sugiero es que, a partir del lunes, decida que cada día tendrá a una persona más a comer y a cenar. Calcule los euros que usted gastaría en tener un invitado a comer, y enviéselos a esa ONG, con el encargo de que siga haciendo funcionar la demanda agregada, generando PIB y empleo, y satisfaciendo necesidades reales de la gente.
La alternativa de que el Estado nos suba los impuestos para financiar Dios sabe qué partidas, más o menos relacionadas con las necesidades sociales, o con las preferencias ideológicas del gobierno, no me atrae. La verdad, me sigue pareciendo mejor la ayuda privada.
Sigo viendo problemas a mi propuesta, pero me parece que vale la pena que pensemos en lo que he dicho aquí. Por cierto, no olvide usted que estas necesidades van a durar mucho tiempo, porque los cuatro millones de parados estarán aquí durante años, y las gentes que hoy no pueden pagar su hipoteca seguirán sin poder hacerlo en 2012,… O sea que seguramente tendríamos que pensar en cómo institucionalizar nuestra ayuda. En definitiva: ¿no podría usted practicar un poco más de austeridad en su vida privada, sin condenar a la economía española a una recesión permanente por falta de demanda agregada?
No me gustaría excuir, claro está, la solución de mercado, que me gusta mucho: que nuestro ahorro vaya a la creación directa de riqueza y empleo (pero no a la financiación de la deuda pública, y menos griega).
¡Ah!, y seguramente tendremos que repensar el papel de las ONGs, porque se van a encontrar con necesidades crecientes, medios menguantes y una confusión considerable sobre lo que pueden y deben hacer.
Decididamente, una cena en casa de mi sobrina da para mucho,…
Estoy de acuerdo con que es necesario cambiar el enfoque del consumo. Consumir, consumimos todos, pero la utilidad de una compra en beneficio propio o la inversión en los demás es muy diferente.
Frederic, sugerir que el gasto sea responsable no impide en modo alguno llegar a las raíces del problema, sino paliar situaciones de pobreza real que hace tres o cuatro años no eran tan frecuentes como hoy día, ¿no te parece?
Siente un pobre a su mesa? Eso me suena…Pues, invitaré a Plácido, mi vecino, antes de que los mossos le expulsen, a él y a su familia, por una deuda de 1200 euros. Es que mi pobre vecino Plácido no sólo tiene problemas a la hora de comer… También le tendría que pagar el alquiler, opina usted Sr. Argandoña? Buscar las raíces del problema que hace que Plácido sea mileurista no le parece más apropiado? Se lo preguntaré a Berlanga, que en paz descanse.
Claro que hay que buscar las causas. Pero en mi post yo me refería a qué puedo hacer hoy yo, sin pasarle la patata caliente a otro. En concreto, ante la disyuntiva de si es preferible ahorrar o gastar, invito a un planteamiento a más largo plazo: gastar para los demás. Suena a progre, ¿no?