Leo en Catdiàleg («Europa serà marginal econòmicament, ho diu Gordon Brown»: aquí, en catalán) una reseña de un artículo de Gordon Brown sobre la crisis europea. Con buen criterio, el ex-primer ministro británico recuerda tres problemas urgentes de Europa: el déficit (público), los pasivos bancarios y el escaso crecimiento. Y urge (¿a quién?) a tomar medidas para solucionar esos tres problemas porque, si no lo hace, Europa caerá en diez años de bajo crecimiento y alto desempleo, que llevarán a una pérdida de peso en la economía mundial.
Me parece bien. Pero no veo que a los europeos les preocupe mucho ese declive. Sólo algunos políticos y algunos medios de comunicación hinchan el pecho cuando plantean el futuro de nuestro continente. Me parece que a nuestros ciudadanos les precoupa más el mantenimiento del nivel de vida y del estado del bienestar, a corto plazo. El declive demográfico no promete un futuro brillante para Europa. Con una sociedad que envejece rápidamente, lo más probable es que, poco a poco, vayamos vendiendo nuestro patrimonio a los asiáticos, africanos y latinoamericanos, que son los que están ahorrando. Porque, en definitiva, una población vieja necesita vender su patrimonio (sus empresas, sus fondos de pensiones, sus urbanizaciones y sus sistemas de pensiones públicas) a los que ahorran.
El lector puede pensar que éste es un pensamiento pesimista. Y lo es. Pero me parece que es también realista, al menos en la medida en que apunta a las causas profundas de nuestras crisis económicas. Claro que hay que corregir cuanto antes nuestros desequilibrios (déficit público, endeudamiento público y privado, situación de nuestro sistema financiero). Pero esto no garantiza el crecimiento a largo plazo. Y mucho menos aún el mantenimiento de Europa como potencia mundial, primero en lo económico, y luego en lo político, en el mundo de las ideas, en la tecnología o en la innvocación.
Lo que es compatible, desde luego, con una Europa aún poderosa durante un tiempo. Los viejos siempre alardeamos de que somos capaces de hacer muchas cosas, y es verdad, pero es cuestión de tiempo. La tentación, en estos casos, es la de encerrarnos en casa: ande yo caliente, y ríase la gente, dice el refrán. Otra vez una reacción propia de viejos.
¿Pesimismo? No, si somos capaces, primero, de hablar de nuestros problemas, pero de verdad, sin eufemismos. Y segundo, si somos capaces de devolver a nuestros jóvenes la alegría y la vitalidad que la Europa envejecida está perdiendo.
Totalmente de acuerdo con el profesor Argandoña en que hay que dar el protagonismo a la juventud, nosotros, los viejos, somos gente, como dice Raimon en una de sus canciones «amb més records que projectes, amb més passat que futur, amb un presente prim, com sempre, amb una vida que es fuig..», pero para que los jovenes puedan desarrollar su pontecial tiene que saber (estoy seguro de que saben), tienen que querer (hay que conseguir la motivación) y lo último pero muy importante tienen que poder… y no les estamos dejando…
Difícil me lo pone, D. Antonio. Esta ‘sociedad líquida’ en la que vivimos es muy individualista. Y, por lo tanto, vemos pocos problemas como ‘nuestros’ (¿quiénes son los demás?). Por otra parte, los jóvenes … ¿Cómo devolverles -porque no las tienen- la alegría y la vitalidad que el egoísmo les quita? Quizá la solución venga también de la mano de la demografía. Las familias que crecen son sanas, numerosas, alegras, generosas. El futuro.