Una de mis lecturas de verano ha sido Civilization: The West and the Rest, de Niall Ferguson (Allen Lane, 2011). Su tesis central -una explicación de por qué la civilización occidental ha superado a las demás, incluida una propuesta de explicación de por qué la civilización occidental acabará también cediendo el paso a otra u otras- no gustará a muchos. No quiero discutirla aquí.
Sólo quiero comentar una frase, que me parece está en el centro de su explicación: «la diferencia entre Occidente y el Resto fue institucional» (pp. 13-14) (en inglés suena mejor: «the differential between the West and the Rest was institutional»).
En el blog de un profesor de ética de la empresa esto puede parecer un poco fuerte. Pero tiene mucho sentido. Podemos reunir a un conjunto de seres celestiales, incapaces de hacer el mal, y tener una sociedad mediocre. El lector pensará quizás que estoy sosteniendo que lo que mueve al mundo es el mal. No, no es eso. Es que las personas no actuamos en un vacío social, político y económico, sino en un marco de instituciones como el mercado y los precios, el dinero y el sistema financiero, la propiedad privada y el imperio de la ley, los contratos y los tribunales, la contabilidad y el tráfico por la derecha o por la izquierda.
La tesis sería entonces: necesitamos instituciones que «formalizan un conjunto de normas, instituciones [que] son a menudo las cosas que mantienen a una cultura honesta, que determinan hasta dónde llega lo que lleva a una conducta buena en vez de mala» (p. 11). Una sociedad de ángeles sería un desastre sin las instituciones adecuadas.
¿Y la ética? Aparece en dos lugares. Primero, en las instituciones, que deben ser éticas, en el sentido de que deben conducir a las conductas éticas de las personas. Por ejemplo, un sistema de incentivos que pague a los directivos por maximizar los beneficios contables a corto plazo, sin tener en cuenta las consecuencias de sus acciones a largo plazo, será un sistema perverso, inmoral e injusto, que hará daño y acabará perjudicando a los objetivos humanos y sociales del sistema.
Y, segundo, la ética debe estar presente en las personas, sobre todo en las que deciden. Porque las instituciones no son inamovibles: cambian. Y esos cambios son fruto de las decisiones y de las acciones de las personas. De modo que personas inmorales, viviendo dentro de instituciones moralmente correctas, pueden seguir haciendo el bien,… hasta que encuentren la manera de pervertir las instituciones.
Si esto es así, y me parece que es así, no basta predicar la ética de las personas: hay que instaurarla en las instituciones. Y conseguir que se mantenga a lo largo del tiempo.