Dediqué a este tema el Comentario de la Cátedra del pasado mes de octubre (verlo aquí), un poco cansado ya de la conocida frase «la ética no se contempla en las escuelas [de dirección de empresas]» o algo parecido. Para vender un libro, o para provocar la ira de los indignados, vale. Pero, como digo en el Comentario, recordando una frase del economista Alfred Marshall, en las ciencias sociales, toda afirmación tajante es falsa. Por tanto, es falso que las escuelas no contemplen la ética.
Es falso porque hay muchas escuelas en que esa preocupación sí ha estado y está muy presente, y ni los comentaristas, ni los autores de libros críticos, ni los periodistas se molestan en matizar esa afirmación. Lo cual es poco ético. Es como decir: «vosotros, los profesores de las escuelas de dirección, sois todos unos inmorales, ¿verdad?»
Es falso, también porque las escuelas no enseñan una sola línea de pensamiento; no sé si lo seguirán haciendo en Cuba, pero, lo que es en nuestro mundo occidental, y en los mercados emergentes, y en los países más pobres, cada uno enseña lo que quiere -a eso se le llama libertad de cátedra, y los que nos dedicamos a la docencia somos muy celosos de mantenerla. Por tanto, puede que el profesor del curso A sea materialista, el del B idealista, el del C defienda la ética budista, y el del E sea capitalista a ultranza. Ante este panorama, ¿cuál es la línea ética de la escuela?
Pero también aclaro en el Comentario que el punto de vista mayoritario en muchas escuelas -no todas, insisto- es el de que las empresas están para maximizar beneficios. ¿Porque se lo creen sus profesores? Yo diría que muchos no se lo creen, pero… no tienen otra teoría de la que echar mano. Pónganse en la piel del que va a dar una clase sobre valoración de empresas. ¿Qué criterio va a emplear ese docente, a la hora de decir cuánto vale una empresa? ¿El de creación de valor social para todos los stakeholders? Yo lo he defendido en algún lugar, pero les aseguro que no encontrarán un solo modelo mínimamente decente que poner en la pizarra. Y, claro, como el profesor no puede decir que no sabe qué criterio utilizar, pues echará mano del que está más desarrollado. Sí, claro: es como el borracho aquel que buscaba la llave de su casa, en una noche oscura, al pie de un farol. «¿Ha perdido usted la llave aquí?», le pregunta una transeunte. «No, la contesta, la he perdido allí abajo, pero allí no hay luz».
Digo más cosas en mi Comentario. La ética debe estar presente en la enseñanza de dirección de empresas. Bien, pero, ¿qué ética? Porque yo les aseguro que saldrán cosas muy distintas si usted es consecuencialista o deontologista o partidario de la ética de las virtudes.
Y al llegar aquí seañalo otro problema. ¿Qué espera nuestra sociedad de las empresas? Buenos productos, creación de empleo, medio ambiente limpio, atención a la comunidad local,… O sea, resultados. Pues eso es lo que enseñan las escuelas de dirección: resultados, con eficacia y eficiencia. ¿Y la ética? Bueno, lo que nuestros conciudadanos quieren es que el estado y el mercado les resuelvan los problemas «macro», y que les dejen toda la libertad posible para su vida privada: esa es la ética, consecuencialista, que reclaman del estado y del mercado. Eso es lo que las empresas les han dado. Si se quejan ahora es porque aquel mundo feliz, en que los productos eran buenos, bonitos, baratos, sostenibles y éticos, los puestos de trabajo eran seguros y bien remunerados, las pensioens públicas estaban aseguradas de por vida, la sanidad pública era generosa, universal, pronta y gratuita, las escuelas enseñaban bien a los hijos, incluso cuando los padres no colaboraban,… todo eso acabamos de comprobar que no es posible. Y, claro, nos rebelamos contra el estado, contra las empresas y contra las escuelas que les han enseñado. Pero no nos preguntamos si podíamos tener aquel mundo ideal sin asumir nuestra parte de responsabilidad personal como ciudadanos, políticos, trabajadores, empresarios y padres y madres de familia. O sea: la ética o la falta de ética de nuestras empresas, y de las escuelas en que sus directivos se han formado, no es independiente de la ética o la falta de ética de nuestra sociedad. «Hemos encontrado al enemigo… y somos nosotros». Ý esto no pretende ser una defensa numantina de las escuelas de dirección, sino un esfuerzo por identificar dónde está el problema.
Acabo, porque si no lo hago acabaré glosando todo el Comentario. «Los fallos éticos de nuestras escuelas de dirección son los de nuestros empresarios y directivos [claro, dirá el lector], los de nuestra sociedad [¡eh!, eso ya es otra cosa] y los de nuestras universidades [que son las que han desarrollado las teorías que nuestras escuelas explican]».
Cuando ví a los indignados de Wall Street con pancartas contra las Business Schools me que quedé bastante sorprendido. Puestos a echarle la culpa a alguien, la verdad, tenían mucho donde elegir antes de llegar a ellas. Supongo -por tanto- que el portador de la pancarta sabía por qué acusaba.
Quizá aprendió directamente de la fuente aquello de ‘maximizar el valor para el accionista’ o ‘cómo forrarse a base de swaps’. No podemos culpar de nuestra embriaguez -y de su consecuencias- a aquel amigo que nos invitó a la primera copa, hace ya tanto tiempo. O sea, el de la pancarta y yo tenemos lo que nos merecemos… Más o menos.