Un post anterior, que titulé «Prohibido vender fuera», ha provocado algunos comentarios de los lectores. No me gusta convertir el blog en un espacio para discutir, pero me parece que vale la pena hacer alguna aclaración. Y como dos son multitud, prefiero hacerlo en un post abierto a todos.
El tema de mi psot era la conveniencia o no de limitar la competencia procedente de países lejanos (ver mi post aquí). Los lectores me preguntan si podemos competir con países de mano de obra barata y abundante, sin seguridad social, ni un buen sistema de salud, sin limitación al horario de los trabajadores, etc. Déjenme que haga un poco de historia.
En los años sesenta, España era un país subdesarrollado, con salarios muy bajos, en que el doble o triple empleo era frecuente, en que casi nadie pagaba la seguridad social ni los impuestos directos,… Nuestros socios europeos se quejaban de eso, pero nos dejaron hacer. Y gracias a su buena voluntad nosotros estamos aquí. ¿Qué hubiésemos podido hacer, sin crédito internacional, sin ahorro suficiente, sin inversión, sin tecnología, con baja educación? Incluso admitiendo que la competencia de Vietnam o Marruecos es desleal (que no lo es), ¿pueden competir esos países de otro modo? ¿De verdad pensamos que les ayudaremos si les exigimos unas cotizaciones sociales como las nuestras?
Gracias a todo aquellos, nosotros mejoramos nuestra productividad, elevamos nuestros salarios, pudimos pagar impuestos y, consiguientemente, financiar un sistema educativo, de salud y de protección social. Esto nos ha hecho caros, claro. Como lo serán ellos, dentro de pocos años. Y nos quejamos de su competencia desleal, como se quejaban nuestros socios europeos. Ellos veían que nuestros textiles arrasaban sus fábricas; nosotros nos quejamos porque los textiles chinos han acabado con las nuestras, y los chinos de la costa se quejan ahora de que los del interior hacen lo propio, y luego vendrán los de Ghana, y luego los de Somalia,… ¿Podemos decir nosotros que tenemos derecho a impedir la competencia de unos países cuya principal industria es, precisamente, la textil, porque por ahí ha empezado la industrialización en todo el mundo?
Entonces, ¿hemos perdido la batalla? No, y la historia nos lo vuelve a probar. En los años sesenta competíamos porque nuestra mano de obra era barata, con o sin seguridad social. Ahora ya no competimos en esos productos, salvo que tengamos otra ventaja adicional. Nuestro turismo, por ejemplo, compite en costes porque tenemos la ventaja del sol y de la playa. Es cuestión de tiempo que perdamos una parte de esa ventaja ante croatas, turcos y tunecinos. Entonces nos tendremos que especializar en turismo de mayor poder adquisitivo y más valor añadido. Es lo que hacemos ya en nuestras exportaciones principales. Somos exportadores de automóviles, no porque nuestra mano de obra sea barata, sino porque tenemos tecnología, equipo y buena dirección. Y, a pesar de ello, algún día perderemos esa ventaja. Alemania y Japón siguen vendiendo coches, pero la mayoría de sus fábricas están fuera.
Que no nos entren añoranzas de cuando nuestras fábricas textiles abastecían a Europa. Cerrar nuestras fronteras a los productos extranjeros puede ser una maravillosa estrategia a corto plazo, pero será un desastre a largo plazo. Imagínese el lector que prohibimos las importaciones de juguetes de China. ¡Qué bendición para nuestra industria, ahora decadente! Vale. Pero lo que conseguiremos es tener juguetes caros, fuera del alcance de muchas familias, sin innovación (¿para qué?), con series cortas (nosotros tampoco podríamos exportar, claro),… Ya lo probamos: se llamaba autarquía y, afortunadamente, la dejamos atrás a finales de los años 50. ¡Claro que en una crisis nos beneficiaría! A los fabricantes, pero no a los consumidores. Pan para hoy y hambre para mañana.