Una crisis… ¿de qué?

Leí ayer un artículo de un sociólogo, Wolfgang Streeck, sobre la crisis (verlo aquí, en inglés). Su tesis es pesimista: el capitalismo democrático nos llevará siempre a nuevas crisis, porque, de alguna manera, nos pone siempre ante un disyuntiva: o hacemos caso a la economía y las limitaciones que la economía nos señala, o atendemos a los deseos de los ciudadanos, que siempre quieren más.

Streeck hace un análisis histórico que me parece atractivo. Empieza después de la segunda guerra mundial, a la que siguieron veinte años de prosperidad, probablemente porque todo eran oportunidades: todos (o casi todos) podían prosperar en un mundo en que el crecimiento era alto y sostenido. En los años sesenta se acabaron esas oportunidades, pero no los deseos de las personas. La solución fue la inflación: altos crecimientos salariales, para contentar a todos, con políticas monetarias permisivas que alentaron las subidas de precios, hasta las crisis de los setenta. No va más: hay que frenar.

Moderemos, pues, la inflación. Pero, ¿cómo atendemos a las peticiones de la gente? Con más gasto público: prometamos todo, y financiémoslo con deuda. Son los años setenta y primeros ochenta. Pero el crecimiento de la deuda es insostenible. Hay que consolidar los presupuestos.

Pero, ¿cómo atenderemos ahora a las demandas de los ciudadanos? Desregulemos los mercados financieros y permitamos una fortísima expansión del crédito. La gente conseguirá su casa con hipotecas baratas, mantendrá su nivel de vida con crédito abundante. La deuda privada es ahora la solución. Hasta que llega la crisis de 2008. Entonces, el estado vuelve a aparecer para solucionar el problema. Pero ahora no tiene margen para endeudarse. Se acabó.

Como economista, me identifico más con las limitaciones que la economía nos señala: no hay comidas gratuitas, alguien las debe pagar, y estirar el brazo más que la manga no es la solución. Streeck no parece estar de acuerdo, porque, dice, aceptar las limitaciones que la economía nos señala es ponernos del lado de los «triunfadores» en la batalla, de los que están en mejores condiciones para salir adelante, de los que disponen de los recursos necesarios para triunfar en el mercado. Bien, pero, ¿es viable la otra alternativa, la de atender las demandas de los ciudadanos sin límite?

Para mí, la solución está en dar oportunidades a todos, para que vivan de acuerdo con sus posibilidades y que sus posibilidades sean lo más amplias que se pueda, vía innovación, tecnología, educación, buena gestión de riesgos sociales, etc. Streeck parece más pesimista, y se pregunta si la supresión de la democracia, en la práctica, en Grecia, Irlanda, Portugal e Italia, y los movimientos populares recientes no nos estarán marcando el final del sistema económico, social y político que llamamos capitalismo democrático. Quizás nos hace falta algo más de imaginación, aunque me parece que la vuelta al comunismo y al socialismo no es la solución.

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