Recibo de Àmbit Maria Corral otra noticia interesante (verla aquí: Cadena de favores, en castellano). Cuenta primero una historia, y luego otra, y otra, de cadena de favores a propósito de transplantes: una persona dona su riñón a otra, con la condición de que alguien del entorno de esta se comprometa a hacer otra donación a una tercera, y luego a una cuarta,…
Reconozco que mi primera impresión fue un tanto negativa: cuando ayudas a una persona que tiene una necesidad grande, como un enfermo que necesita urgentemente un órgano para un transplante, no parece muy correcto eso de ponerle condiciones, que puede aceptar ahora, por la urgencia, pero que luego puedo no poder cumplir. Pero entiendo que no se trata de obligaciones contractuales, sino de compromisos morales, lo que lo hace más llevadero. Porque a la imposible nadie está obligado. Aunque, bien pensado, un compromiso moral puede ser, a veces, mucho más obligatorio que un contrato.
Lo que me gusta de los ejemplos es que ponen de manifiesto algo que es inherente al dar, al don, al regalo, a la donación, al altruismo,…: el que da, está enseñando al que recibe a dar, a su vez. Quizás no lo mismo que él recibe, ni ahora, pero sí es un formidable aprendizaje moral.
Me contaron hace tiempo el caso de una familia que, el día de Reyes, al acabar el reparto de regalos, pedía a cada hijo que seleccionase uno de los que acababa de recibir (no uno de los juguetes viejos del año pasado, sino uno nuevo, aún sin estrenar) para llevarlo aquella tarde a los niños del Cottolengo. Y pensaba yo: ¡qué magnífico ejercicio de generosidad les estaban enseñando!