Hace un tiempo, una serie de profesores europeo publicó sobre cómo reconstruir la confianza en los mercados financieros (aquí, en inglés). «La confianza, manifiesta en ese artículo, fue destruida en gran parte por la revelación de conductas oportunísticas que la crisis trajo a la luz, como muestra el emblemático caso de Bernard Madoff».
Los autores ofrecen dos tipos de medidas para revitalizar la confianza. Uno es aumentar la regulación, aunque, reconocen, esto no va a restaurar la confianza. Hay que recurrir, pues, a la otra: la involucración del sector financiero, que se esfuerce por recuperar la confianza de sus clientes y de la sociedad en general. Para ello, proponen tres ideas:
- Un sistema de ratios «que incluso los inversores más ignorantes en asuntos financieros puedan entender». Gran idea. Pero, ¿cómo se mide la capacidad para ofrecer servicios financieros dignos de confianza? Porque, en lo que yo sé, no se ha encontrado el «confianzómetro» para medir esa variable. Yo entiendo que se puede elaborar un índice de 0 a 10 puntos, para determinar la probabilidad de que un neumático de una marca y un modelo determinados explote cuando pasa por encima de un clavo, bajo ciertas condiciones. Pero me cuesta encontrar un índice parecido sobre la posibilidad de que el director de mi sucursal bancaria me venda un derivado sofisticado como si fuese un inocuo depósito a plazo sin riesgo,… Entre otras cosas porque el hecho de que hasta ahora haya sido muy creíble puede ser un incentivo para que me engañe precisamente a mí, porque sabe que ahora yo pondré mi confianza en él. ¡Ah!, y no olvidemos de quién elaborará el índice de confianza de las agencias de rating que elaborarán el índice de confianza de los productos financieros.
- Un sistema de remuneración del personal basado en la confianza. Misma dificultad. O incluso peor, porque el problema no es que el empleado de la sucursal sea un mentiroso o no, sino que el que le va a pagar aquella remuneración es el que le manda mentir, o el que le pone los incentivos para que mienta.
- Promover la educación financiera de los inversores. Claro: si todos somos tan listos, ya no necesitamos confiar en nadie. Que se lo pregunten, por ejemplo, a los clientes de Bernard Madoff. Problema: los expertos siguen pensando que la confianza es una variable técnica, que depende de la información que se proporciona al cliente.
¿Y si el sector, simplemente, se propusiese no mentir, ser más transparente y compensar a sus clientes por todos los errores causados por las propias instituciones financieras? Vamos, es una posibilidad, ¿no? Como decía el del chiste: «claro, si vamos a decir la verdad, eso de la confianza ya no tiene gracia».