En el fondo de una grave crisis, a las puertas de una huelga general, en medio de una sociedad desconcertada e inquieta, la noticia es… que el cuarto problema de España, según las encuestas del CIS, es la corrupción (aquí). Preocupa, dice ABC, a un 84% de los ciudadanos. Hace un año estaba en la parte baja de la tabla.
No me extraña, porque todos somos conscientes de que la corrupción política es un problema grave para nuestra democracia; de que la corrupción urbanística ha tenido mucho que ver con la burbuja reciente y los orígenes de nuestra crisis económica; y de que no estamos haciendo nada para solucionarla.
«No es un tema urgente», me dice el lector. ¡Oh!, claro que lo es. Es una enfermedad social grave, contagiosa, muy contagiosa, que hace mucho daño a la confianza de los ciudadanos en el Estado, en los gobernantes, en el mercado, en la política, en los partidos, en los medios de comunicación, en las empresas,… De acuerdo: probablemente no nos moriremos de corrupción, pero nos va a hacer mucho daño.
Estos dos últimos días asistí a un seminario en ESSEC, una escuela de dirección próxima a París, sobre «El papel de la empresa en la sociedad y la búsqueda del bien común». Una de las comunicaciones que se presentaron explicaba el creciente papel de los negocios ilícitos (mafias y cosas así) en los negocios ordinarios: la empresa que nos vende el desodorante, o que nos alquila el DVD para el cine familiar, o que nos asesora fiscalmente, puede ser una manera de blanquear dinero, de colocar actividades perniciosas o que sirve de tapadera de otros negocios.
La corrupción política siempre ha existido y de la corrupción inmobiliaria ni hablemos. Existen porque lo permitimos y si lo permitimos es o porque nos parece un «precio justo» a pagar por nuestro «estado de bienestar» o porque realmente no nos importa en absoluto.
Que preocupe a la población no quiere decir que nos haga reaccionar.
Posiblemente ya seamos conscientes que todo este follón de la crisis es a causa de la corrupción (especulación… corrupción…), y que por tanto, tolerarla tan alegremente es bastante más peligroso de lo que quisiéramos.
La historia es que cuando hay vacas gordas la gente se medio olvida de esto, pero ahora que estamos en vacas flacas a la gente le preocupa más, cuando en realidad debería preocuparnos siempre, la corrupción no la deberiamos permitir en ningún momento.
Realmente no es que no cese, es que a nadie le interesaba descubrirla…. Que pena verdad ??? Que nada sea lo que parece.
Un abrazo