El peligro de una ética equivocada

Leo en MercatorNet un comentario sobre las declaraciones de Anders Behring Breivik, el noruego que mató a 77 jóvenes en la isla de Utoya, hace ahora alrededor de un año (aquí, en inglés). El comentarista, Michael Cook, señala varios detalles de esas declaraciones. Aquí me fijaré en dos.

Su acción fue plenamente racional, consciente y meditada. Eso ya lo sospechábamos. Pero Cook hace notar que esas son las características de una acción éticamente correcta, cuando la ética se define en términos de autonomía personal y elección racional, aunque, es verdad, en este caso, llevadas al límite. O sea, esa es la manera de entender lo que es una acción moralmente buena, de acuerdo con algunos autores, incluidos algunos economistas.

La otra es el esfuerzo positivo que hizo Breivik para anular sus emociones. «Todo mi cuerpo trató de rebelarse cuando tomé el arma en mis manos (…) Había cientos de voces en mi cabeza diciendo: ‘No lo hagas, no lo hagas'». Y lo hizo. Cook menciona una frase del experto en bioética Leon Kass: la repugnancia es «la expresión emocional de una sabiduría profunda, que va más allá del poder de la razón para articularla». Hoy en día, nuestra sociedad es muy emotivista: su ética se decide a golpe de emociones. Esto no es correcto. Pero las emociones están para algo. Breivik «hizo una elección racional no contaminada por las emociones», dice Cook, «y resultó ser horriblemente errónea».

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