Ayer y hoy celebramos en el IESE el 17º Simposio Internacional sobre Ética, Empresa y Sociedad. El tema de este año era «Ética universal, diversidad cultural y globalización». Como siempre, he aprendido mucho, no solo de los excelentes ponentes, sino también de los participantes.
Hay una idea que me ha venido a la cabeza, una vez y otra, a propósito de diversas aportaciones. En temas de ética de la empresa, de Responsabilidad Social, de derechos humanos y otros muchos, incluyendo los de economía y de política, solemos ser muy críticos: vemos inmediatamente lo malo, lo extremamos y lo criticamos. De este modo, la composición de lugar que nos hacemos es muy negativa. Las empresas son irresponsables, los gobiernos son corruptos, los banqueros son una cuadrilla de ladrones, los políticos son incompetentes… Y con ello faltamos a la verdad. Hay, claro, empresas irresponsables, pero la gran mayoría no lo son, e incluso las que lo son hacen muchas cosas buenas. Y lo mismo ocurre con los demás.
El profesor Joao Cesar das Neves presentó una idea de Santo Tomás de Aquino que me pareció muy útil. Hay que consentir algún mal, para no perder algún bien, o para no acabar teniendo un mal peor.
Otra idea que me ha gustado, esta debida al profesor Javier Aranzadi. Si la empresa es una institución social, su responsabilidad no acaba en ella, sino que sale al exterior: la empresa debe contribuir al orden de la sociedad (no son sus palabras, pero creo que sí es su idea). Dicho de otra manera: si las cosas no van bien a nuestro alrededor, tendremos que tomar cartas en el asunto y tratar de arreglarlas.