Leo un interesante comentario en The American, una publicación del American Enterprise Institute. El título es «El efecto Hayek: las consecuencias políticas de la austeridad planificada» (aquí, en inglés). Su autor, Lee Harris, invoca la experiencia de las decisiones económicas una economía planificada, para hacer notar que los ciudadanos aceptan de distinta manera una decisión que consideran gravosa y perjudicial para ellos cuando viene del «mercado» o cuando viene de los políticos. En el primer caso, dice, la gente se enfada, pero no sabe contra quién protestar. En el segundo, está claro que el que toma las decisiones tiene nombres y apellidos; por tanto, la reforma se dirigirá contra él, de manera directa y, frecuentemente, agresiva. La referencia a Hayek viene de haber incluido esta idea en su Camino de servidumbre.
Harris aplica esto a la política de austeridad que los gobiernos tratan de aplicar ahora. En Estados Unidos, dice, donde los mercados son dominantes, una decisión de aplicar medidas de austeridad no provocaría un movimiento social en contra; en Europa, por el contrario, da lugar a manifestaciones, algaradas y movimientos violentos.
Hay algo de verdad en el artículo, pero no lo acabo de ver claro. La subida del precio del pan a cargo del mercado tendrá, sin duda, efectos diferentes de la misma subida a cargo de un gobierno. Pero la austeridad en el gasto público no es una decisión impersonal, sino que tiene también nombres y apellidos: el gobierno es el que la toma. Me parece que la diferencia radica más en los caracteres sociales e institucionales de las respectivas sociedades. Me parece que las sociedades europeas confían más en el Estado como manera de solucionar sus problemas y, por tanto, le atribuyen mayores responsabilidades en temas que van desde el desempleo hasta las pensiones, o desde la sanidad hasta la educación. Por tanto, cuando falla algo en el modelo económico, se dirigen al Estado a pedir que lo arregle. Claro que el Estado ha contribuido a crear ese ambiente, con su generoso Estado del bienestar y su disposición a tomar parte activa en muchas decisiones que en otros países se dejarían a los ciudadanos, a las empresas o al mercado.
Una moraleja de todo lo anterior, que me permite barrer para casa, es decir, defender algo que vengo diciendo desde hace tiempo: hay que explicar las decisiones políticas. No solo el día en que se toman, sino una vez y otra.