He preparado un documento sobre «El Estado y la actividad económica en la Doctrina Social de la Iglesia«, que ha sido publicado como Occasional Paper del IESE (aquí). El artículo está escrito pensando primero en los católicos, pero su intención va mucho más lejos.
Su origen es una intervención mía en una Seminario de AEDOS, hace ya unos meses. Lo que lo motiva es la constatación de que ni los científicos sociales (politólogos, economicas, sociólogos, etc.), ni los políticos, ni los medios de comunicación ni, a menudo, los propios católicos, hacen referencia a la Doctrina Social de la Iglesia sobre el Estado, como si esta fuese un producto de épocas pasadas. Y lo es, de alguna manera, porque la teoría sobre el Estado toma a este desde la clave del poder, mientras que la Iglesia católica lo contempla desde el bien común. Y, claro, no se ponen de acuerdo.
Pero olvidar lo que dice la Iglesia es un error: entender el Estado solo en clave de poder significa olvidar la necesidad de la sociedad de tener alguna idea de un bien común, más o menos compartido por todos (insisto en lo de más o menos), si quiere mantenerse unida. Y si todo es cuestión de poder, entonces la democracia está en peligro: no inminente, pero sí en un peligro cierto.
En el artículo discuto también algunas razones por las que los propios católicos no siempre parecen compartir las posiciones de la Iglesia católica. Unas veces, por la sospecha acerca del mercado como una institución éticamente dudosa, lo que pone inmediatamente a la alternativa estatalista en primera fila. Otras porque, a la vista de los problemas, graves y urgentes, muchos católicos piensan que sí, es verdad, el Estado presenta muchos problemas, pero ahora lo importante es solucionar el desempleo, el hambre o las desigualdades por la vía de la intervención pública, y ya corregiremos después los defectos de esta solución (sin pararse a pensar si esa corrección será posible). Luego, las dificultades para aplicar la Doctrina Social de la Iglesia, que no ofrece recomendaciones sobre cómo ejecutar un programa, lo que desvía la atención hacia otros que sí ofrecen esos consejos prácticos (aunque el programa no es el adecuado: como el borracho que buscaba al pie de una farola la llave que había perdido, porque ahí el suelo estaba iluminado, aunque él había perdido la llave en otro sitio). Y, finalmente, por una visión utópica del Estado: si el Estado es el encargado de solucionar los problemas, organizar la vida económica, implantar la justicia y todo eso, como dicen los teóricos, pues… encomendemos eso al Estado, aunque luego resulte que el Estado no sea, en la práctica, capaz de conseguir todo eso.
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