Europa… ¿el remedio?

He salido preocupado de casa esta mañana, mirando a derecha e izquierda, por si un guardia urbano se subía a mi coche y me mandaba respetar un ceda el paso o parar ante un semáforo en rojo,… Como dicen que estamos «intervenidos«,… Claro que eso es lo que tenemos que hacer, pero una cosa es que lo hagamos porque queremos respetar la ley (o evitar las multas), y otra porque nos lo manda un guardia.

¿O es lo mismo? Si todos observamos las reglas del tráfico escrupulosamente, sobra la gran mayoría de los guardias urbanos, y yo no estaría preocupado porque uno de ellos pueda mandarme respetar las señales de tráfico. El problema es que no somos suficientemente buenos ciudadanos. Y luego nos quejamos de la fiebre sancionadora de nuestros ayuntamientos. Que la tienen, claro. Pero nosotros también colaboramos, dándoles ideas de por dónde pueden ponernos las multas.

Tradicionalmente hemos dicho que Europa es la solución a nuestros problemas, al menos desde la democracia: «Europa nos ha mandado que reformemos el impuesto sobre la renta, que llevemos a cabo la reconversión industrial, que demos más autoridad al Banco de España, que introduzcamos el impuesto sobre el valor añadido, que reformemos nuestras instituciones,…», fueron los argumentos tradicionales de los años ochenta. Y de los noventa, y de los dos mil. Y ahora nos enfadamos porque Europa nos manda guardias urbanos para comprobar que cumplimos lo que nosotros mismos, voluntariamente, dijimos que íbamos a cumplir.

El lector ya ve a dónde quiero ir a parar. Necesitamos cumplir lo que Europa nos va a hacer cumplir a la fuerza. «Es que nos obligarán a aplicar la reforma laboral». ¡Claro! «Es que nos obligarán a cerrar los bancos insolventes». ¡Claro! «Es que nos obligarán a cerrar el déficit público». ¡Claro! Nos gustaría salvar la cara, y decir que esto lo hacemos porque queremos, porque debemos hacerlo. Pero, ya se ve, hasta ahora no lo hemos hecho.

Vale, tenemos derecho a quejarnos, y a echar la culpa a nuestros políticos (pasados y presentes), nuestros sindicatos (que suelen aparecer como los buenos siempre, y no lo son), a nuestras instituciones, a la Señora Merkel y al lucero del alba. Pero no nos engañemos. Y, lo mismo que con las señales de tráfico, procuremos conducir bien, con o sin urbanos. Porque eso es lo mejor para todos.