Los mercados financieros están en calma. La prima de riesgo sigue reduciéndose (aunque continúa muy alta). La bolsa se anima. ¿Significa esto que se han acabado los problemas? Me parece que no.
Trasladémonos al final de la historia: los mercados estarán en calma cuando piensen que la probabilidad de impago de la deuda española es muy baja, en un futuro a medio plazo. Esto exige:
- Primero, un crecimiento positivo de la economía, que permita atender el crecimiento del gasto público «normal» sin generar un déficit importante (y no me pregunten cuándo es «normal» el crecimiento del gasto público, porque no lo sé).
- Segundo, un déficit primario (es decir, excluida la partida de intereses de la deuda soberana) reducido, o quizás un superávit moderado, que permita un crecimiento de la deuda que sea proporcional al PIB.
- Tercero, un nivel de deuda pública respecto del PIB que no sea demasiado alto. No sé qué cifra poner a «demasiado alto», pero está claro que un nivel de deuda pública «demasiado alto» implica dedicar una parte importante de los ingresos al pago de la deuda, y no a la atención a las demandas de gasto público de los ciudadanos (lo que he explicado en las dos condiciones anteriores). Y, además, si el nivel de deuda es «demasiado alto», el país tiene menos capacidad de maniobra para atender a una emergencia (lo mismo que una familia demasiado endeudada tendrá dificultades para hacer frente a una emergencia, probablemente porque nadie le querrá prestar).
- Cuarto, una cierta garantía de que no habrá sustos. Por sustos entiendo, por ejemplo, un problema grave en un banco grande o en el conjunto de bancos del país, que exija una ayuda extraordinaria del Estado que, claro, tendrá que financiarse emitiendo deuda, y ya tenemos en danza todos los problemas mencionados antes.
- Todo lo anterior puede no ser suficiente si el país forma parte de una unidad económica como la zona euro, porque esto puede exigir algunas condiciones adicionales: barreras para evitar el contagio, cuando sean otros países los que asusten a los mercados (si esto ha pasado en Grecia, ¿por qué no en España…?) y, en consecuencia, un entorno en que se puedan compartir los problemas y las soluciones: una política fiscal común (más allá del reducido presupuesto de la Unión Europea, que no pasa del 1% del PIB de los 27), mecanismos para ayudar a los países en dificultades, mecanismos para solucionar los problemas bancarios del conjunto de países, etc.
El lector pensará que todo esto es utopía, que nunca lo conseguiremos. Bueno, es verdad, pero los mercados suelen tener reacciones más primarias. Durante años pensaron que la deuda pública de los países de la zona euro era toda ella de excelente calidad, que no podría ocurrir aquí un problema como el de los países lationamericanos en los ochenta, etc. De modo que pueden seguir pensando que Europa está al borde del precipicio más horrible (lo pensaban hace unas semanas), o que vuelve a ser el paraíso en la tierra (como pensaban hace cinco años). Una vez comprobado que los mercados no son una muestra de conducta racional, podemos esperar de ellos casi todo.
Moralejas. Una: nosotros, a hacer nuestros deberes: reducir el déficit, reiniciar el crecimiento, evitar que la deuda se dispare, procurar que la recapitalización de nuestros bancos acabe pronto y satisfactoriamente,… Otra: Europa, a hacer los suyos: el pacto fiscal, el pacto financiero, el buen funcionamiento de los fondos de estabilización,… Y otra: no nos pongamos nerviosos cuando, a la vuelta de sus vacaciones, los temidos «mercados» se den cuenta de que las cosas no han cambiado tanto, ni aquí ni en Europa. Tila.