Ya he manifestado otras veces mi acuerdo con las tesis de John Kay. Hoy, en el Financial Times, da una explicación del sistema de pensiones que me parece muy oportuna (aquí, en inglés, para suscriptores).
El sistema de pensiones es algo muy sencillo. Una persona guarda activos mientras trabaja, para vivir de ellos cuando deja de trabajar. Podría acumular latas de conservas y aspirinas, pero ya se ve que esto no sería una buena idea. En su lugar, guarda activos, como el derecho a una pensión pública o un fondo privado de pensiones, para cambiarlos, cuando se jubile,por el dinero de los que entonces seguirán trabajando, que aceptarán ese juego en la medida en que ellos confíen en que la siguiente generación seguirá aceptando este juego, y así hasta el fin del mundo (cuando los entonces trabajadores saldrán perdiendo, porque pagarán la pensión a los jubilados y ellos no llegarán a disfrutarla).
Kay señala dos motivos por los cuales este contrato social entre pensionistas hoy y trabajadores hoy, y pensionistas mañana y trabajadores mañana, puede fallar: porque la inflación destruya la riqueza de los que han ahorrado para el futuro, o porque los trabajadores futuros se nieguen a cumplir su parte en el contrato social y dejen de atender a los retirados.
Además, el contrato social puede tambalearse en otros casos: si una generación decide vivir mejor de lo que ese equilibrio intergeneracional le permitiría, o si aumentan los costes sanitarios y, por tanto, el gasto de los pensionistas, o si se alarga la vida de la población y, por tanto, también el gasto de los retirados. Pero, aclara Kay, «estos problemas son el producto de variables económicas, no del tipo particular de acuerdo social e institucional que se emplea para manejarlas». O, con otras palabras: nuestra sociedad ha aceptado un deber político, social y ético cuando aceptó aquel supuesto contrato social, por el que los trabajadores están dispuestos a transferir parte de sus fondos a los que trabajaron antes, con la esperanza de que ese acuerdo se mantenga en el futuro. Ese acuerdo, pues, ha de mantenerse. Pero los detalles sobre la cuantía de las aportaciones, dónde colocar los fondos, cuándo retirarse, a qué da derecho la pensión, etc., deben poder revisarse cuando las circunstancias lo aconsejen.
Me gusta la conclusión del maestro. Para mí mi contribución al sistema de pensiones significa invertir en las nuevas generaciones. Es más seguro dar dinero para que curen a la futura madre Teresa de Calcuta, que ayuden a nacer al nuevo Steve Jobs o que eduquen al siguiente Ramón y Cajal; que cualquieracción. Ellos han de generar riqueza para que todos comamos cuando no podamos generarla por nuestros medios. Con toda la razón si no hemos sido capaces de generar riqueza para los que nos la dieron no se les puede dar y mi generación ha de hacer una profunda reflexión.