No soy un experto en temas de acoso (escolar, sexual, etc.), abusos, bullying y situaciones parecidas. Pero siempre me ha parecido que algo no funcionaba en la manera de enfocar esos temas. Llámenlo prejuicio, si quieren. Pero algo no me cuadra. Pero leí una entrada en un blog que me dio cierta luz. Es de Izzy Kalman en Mercatornet, y se titula «Los diagnósticos erróneos y las medicinas erróneas no curarán el bullying» (aquí, en inglés). El autor parte de una noticia del New York Times que recogía un informe sobre el bullying en la David Geffen School of Medicine de la Universidad de California, en Los Ángeles. El informe recoge la experiencia de las muchas acciones que se llevan a cabo en esa escuela, lo mismo que en otras muchas, para evitar el acoso y la agresividad de los profesores con los alumnos: un comité especializado, clases obligatorias, seminarios, sesiones de formación, oficina de denuncias anónimas,… El resultado, pobrísimo. Y la conclusión del informe: hay que aumentar las medidas.
Al autor del artículo esto le parece un error: si las medidas no dan resultados, intensificarlas no lo mejorará. Su diagnóstico es que hay un error de diagnóstico: en todos los acosos hay, suele suponerse, un tipo malo que abusa del bueno. Este es, por tanto, un problema cultural. La cultura es muy difícil de cambiar, y exige medidas informativas, formativas y represivas estrictas. Esto es lo que se hace, pero esto es lo que no funciona. Y Kalman dice que el error está en el diagnóstico. El que está en una posición de poder lo ejerce, a menudo de forma civilizada, pero otras veces no tanto, o a la otra parte le puede parecer que no lo hace bien: es el caso del profesor en clase, del médico en la consulta, del marido en casa, del chico bruto en la escuela o del policía en una manifestación. Claro que ese acoso es, o puede ser, inmoral. Pero no es un problema de cultura, sino que tiene que ver con la posición en que se encuentra uno. Esto es discutible, pero al menos vale la pena tenerlo en cuenta: si no entendemos las relaciones de poder, legítimo o no, no entenderemos los abusos que pueden darse.
Luego hace notar que, salvo excepciones patológicas, el acosador no se ve como una persona agresiva, sino que, dice, responde a una presión indebida del otro. El profesor entra en clase y un alumno pega una risotada; el profesor se siente menospreciado. Quiere acelerar la clase, pero el alumno empieza a hacer preguntas tontas. Si se enfrenta al alumno, este la amenaza con denunciarlo a la oficina contra abusos, de modo que el profesor ve que va a tener problemas y, encima, va a ser objeto de una investigación,… El alumno dirá, con razón, que el profesor le está haciendo bullying, pero el profesor dirá, al menos con cierta razón, que el alumno le está tratando mal, quitándole su autoridad, amenazándole o boicoteándole,… En estas condiciones, las medidas antiacoso no hacen sino agravar la situación: el agresor se siente cada vez más agredido por la víctima, y la víctima se ve más claramente como víctima, sin pararse a pensar si tiene alguna culpa en lo que está pasando.
Ya he dicho que no soy un experto en acosos, bullying y cosas de este tipo. Pero estoy de acuerdo en que, si una política no da resultados, y se intensifica y tampoco da resultados, entonces hay algo que falla, y probablemente falla en el diagnóstico. Claro que es mucho más fácil introducir los abusos en el código penal, nombrar defensores del maltratado, crear comisiones de investigación y oficinas de denuncia, dar conferencias y cursos,… pero ya se ve que esto no da resultados. Me imagino al profesor agresor asistiendo a un seminario sobre por qué no debe serlo, y por qué no debe hacerlo nunca más, al tiempo que repasa la lista de agravios, reales o ficticios, que tiene contra sus alumnos, contra sus colegas, contra la dirección de la escuela, contra el comité antiacoso y contra la sociedad en general. La gente no aprende a portarse bien gracias a una conferencia. Y los incentivos negativos (cárcel, multas, alejamientos) tendrán un efecto, probablemente, pequeño. Y, desde luego, no cambiarán la manera de ser del agresor.
No tengo remedios que ofrecer, pero los que solemos aplicar no funcionan. Porque hemos diagnosticado mal el problema y, por tanto, porque aplicamos soluciones inadecuadas. Y esto, insisto, vale para todo, también para las políticas educativas, de bienestar social, de empleo, etc.
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